febrero 20, 2023

2011, año de inundación y tragedia en el valle del San Lorenzo

2011, año de inundación y tragedia en el valle del San Lorenzo

Por Rosendo Romero Guzmán

En el sur del territorio del municipio de Culiacán, existe un hermoso valle, el del San Lorenzo, uno de los más productivos en el Estado, al resultar sus tierras excelentes para actividades agropecuarias. El nombre y su riqueza se lo debe al río San Lorenzo, corriente que desde Durango cruza el territorio de este valle buscando descargar sus aguas en el océano Pacifico, pero antes y en territorio del vecino municipio de Cosalá su trayecto es controlado por las presas hidráulicas José López Portillo o El Comedero y la de Amata.

Pese a las obras hidráulicas, el río siempre ha sido un irreverente, sobre todo en el verano, cuando lluvias abundantes aportan tal cantidad de agua que el cauce del río es incapaz de retener y conducir, y estas se desbordan y recorren el valle buscando las partes bajas para cubrirlas y de paso causando tragedias de todo tipo. La situación se complica cuando las lluvias llegan acompañadas con un ciclón tropical.  Desde las alturas, el lugar se asemeja a un gran lago mostrando un espejo de agua de color terroso.

Era el quince de agosto del caluroso verano de 2011 y desde temprano, en el valle, se olía la humedad en el aire, se veían grupos de pequeñas hormigas caminando marcialmente una tras otra como si fueran en un desfile, cuando en realidad, unas, iban a su hormiguero para protegerlo contra la intromisión del agua de las lluvias, mientras que otras marchaban a sitios altos y cubiertos cargando huevos, pupas y larvas. Los bovinos se echaron en grupos, juntando sus cuerpos, en un intento de proporcionase calor mutuamente y mantener seco el pasto bajo su vientre, esto en caso de presentarse un aguacero. Los animales, en el corral, se veían nerviosos, como si presintieran que algo relacionado con el clima estaba por ocurrir, incluso las gallinas, patos y guajolotes no salían de sus nidos y refugios.

La población había sido advertida por diversos medios de que se esperaban precipitaciones intensas. Desde el amanecer del día dieciséis de agosto de ese año, la vida cotidiana en el valle del San Lorenzo inició con amenazas de aguaceros, a ratos chispitiaba, luego salía el sol y nuevamente se nublaba. A medida que pasó el tiempo, al atardecer, la lluvia subió de intensidad y se volvió permanente.

La gente preocupada se mantuvo al pendiente de las noticias que se transmitían por radio y televisión. Los mensajes subieron de tono a medida que pasaban las horas. Las autoridades pedían a la población que se resguardaran y tomasen medidas preventivas, como ubicar los albergues más cercanos a sus domicilios, pero que sobre todo procuraran tener a la mano y dentro de bolsas de plástico los papeles más importantes, comida enlatada, agua envasada, lámparas de mano, radio de baterías y medicamentos, entre otras medidas.

Al anochecer comenzó a caer desde el cielo de manera persistente abundante agua, fenómeno que duró dos días. Todo se imaginaron los habitantes de este valle, menos que el día dieciocho se desbordara el cauce del río y arrasara con lo que encontró a su paso. Los habitantes de las comunidades de Quilá, Costa Rica, San Lorenzo, El Salado, Los Becos, El Carrizal, Tabalá y Tacuichamona vieron desde muy temprano como el agua inundaba los campos agrícolas causando pérdidas a las siembras, peor aún, cómo el irreverente río se metió a sus casas dañando pertenencias y sus vidas dejarlos en el desamparo e indefensión

La situación para los afectados fue desesperante, el agua cubrió entre cincuenta centímetros a un metro según la zona. Algunos al principio se oponían a abandonar sus viviendas por aquello de los saqueos y hurtos, necesitaban cuidar sus pertenencias, pero los elementos de las brigadas de rescate, parientes, amigos y vecinos los convencieron que se retiraran a uno de los refugios que se habían instalado. Las evacuaciones se realizaron con ayuda de diversos medios, hubo quienes alcanzaron a salir a pie con el agua cubriéndoles parte del cuerpo, otros se desplazaron montando bestias, navegando en lanchas y canoas, varias familias fueron extraídos utilizando tractores, góndolas, camionetas ganaderas y hasta se usaron helicópteros. Era mejor perder bienes que la vida.

En los albergues, la estancia de los desalojados no era fácil, pero al menos tenían un lugar donde dormir, comida caliente, ropa seca, atención médica, entre otras cosas. Aun así, las familias se mostraban desesperadas por saber lo que pasaba: donde habían quedado los parientes, como le iban a hacer para levantar cabeza otra vez, cada vez que llegaba alguien lo abordaban para preguntar por noticias frescas, en resumen, era grande la desesperación.

El río aumentó el nivel y fuerza de arrastre de sus aguas, permitiéndole dañar el tramo de la carretera México-Nogales, a la altura del poblado de Tabalá, cortando la comunicación norte-sur. Los viajeros se vieron obligados a buscar vías alternas, como el puente que comunica a La Loma de Redo con Quilá y de ahí a Culiacán y otros puntos. Desafortunadamente el acceso se volvió inseguro cuando las aguas comenzaron a pasar por encima de su capa de rodamiento. Por el bien de los transeúntes, era más prudente esperar a que mejoraran las condiciones climáticas.

Pese a las advertencias, hubo personas que no obedecieron las órdenes de no cruzar por ahí. Como en todo, siempre hay alguien que se la juega, más si considera que tiene alguna oportunidad y le urge estar a determinada hora en un lugar. Así ocurrió con ocho miembros de las familias Mendoza Mijares, García Félix, García Quintero, García Mendoza, Ramírez Félix, Murillo Mijares, López Montes y Murillo quienes el día dieciocho, muy temprano, cerca de las ocho de la mañana, se aventuraron a cruzar por ese paso, sin importarles que el agua lo tuviera parcialmente cubierto. El conductor, sudando por el estrés que le generaba la peligrosa aventura que iba a iniciar, encaramado en el estribo de su vehículo echó un último vistazo al paso; convencido que podía lograrlo, se metió en la cabina y se sentó frente al volante, luego encendió el motor de su vehículo, ya con el cambio metido pisó suave el pedal del acelerador, reiniciando nuevamente su viaje hacia Quilá con ocho pasajeros a bordo.

Excitado por la adrenalina aplicó toda su concentración y pericia en el control de la pesada camioneta, un doble rodado, que se zangoloteaba en la medida que avanzaba, dándole a los tripulantes una sensación de inseguridad, pero ni así el piloto desistió. A medida que avanzaron se fueron tranquilizando, más cuando se dieron cuenta que estaban cerca de lograr su objetivo, según ellos, ya había pasado lo peor.

Les faltaba una distancia muy corta para salir, sus rostros se veían más relajados. De improviso, la corriente del río aumentó su rapidez y torrente, embistiendo con fuerza el costado derecho del vehículo, provocando que se resbalara y saliera del camino. Los pasajeros, se asustaron bastante al verse envueltos en violentos movimientos dentro de la cabina de la camioneta, y más, cuando se percataron que se encontraban varados y expuestos en el lecho del río.

Afortunadamente, personas que andaban por el lugar, se dieron cuenta de los hechos y raudos pidieron ayuda a un lugareño para que con su tractor rescatara a los atrapados, el agricultor intentó jalar la camioneta, tarea en la que fracasó y como corolario quedó atascado. Tuvieron que recurrir a otro tractorista, corriendo similar suerte a la de su antecesor. Desde ese momento, diez personas corrían peligro de ser arrasados por la corriente del río.

Mientras esto sucedía, el 911, número nacional de emergencia, recibió una llamada de auxilio explicando lo que ocurría y que requerían ayuda. Protección civil reaccionó rápidamente y desplazó brigadistas al lugar donde ocurrían los eventos reportados. Los rescatistas, tras varios intentos de salvamento, a eso de las nueve de la mañana, revaloraron la situación, llegando a la conclusión de que se requería extraer a los atrapados por vía aérea, no había otra. Propuesta que trasmitieron a su base para su validación y aprobación. Los peritos tras revisar los informes recibidos aceptaron la propuesta y enviaron la ayuda.

El tiempo pasaba y los atrapados en la camioneta se desesperaban. Temían que se presentara otra avenida, y ahora sí, que los arrollara y remolcara quien sabe hasta dónde, pero lo más grave era que entre ellos, se encontraba Lucía Mijares Mendoza, una señora de setenta y nueve años con problemas de movilidad en sus piernas, quien no dejaba de rezar ante la situación crítica en que se encontraban, estresando aún más a sus compañeros.

La respuesta oficial fue enviar un helicóptero Bell 206 propiedad de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, que era piloteado por el capitán Rodolfo Aguirre y el copiloto Omar Gabriel Castillo, y que además eran acompañados por personal capacitado en esta modalidad de rescate. Las maniobras iniciaron alrededor de las nueve de la mañana, prometiendo ser un éxito, pese a que las condiciones climáticas no eran las más idóneas.

El plan era que el helicóptero se mantuviera volando a baja altura pero que además se mantuviera estable sobre el río y los vehículos atrapados. Al inicio la estrategia funcionaba y la tripulación con ayuda de una escalera de cuerdas rescató a los varados, excepto a Lucía, que por su avanzada edad y condiciones de salud no le fue posible subir al transporte. La situación se puso más tensa cuando comenzó a llorar y a suplicar que no la dejaran sola dentro de la cabina. Que por favor no la dejaran morir.

Ante esta panorámica el socorrista Miguel Ángel Pérez Angulo, se ofreció de voluntario para rescatarla con ayuda de una cuerda y un arnés especial, cuando la pareja quedó bien asegurada, la nave tomó altura con los dos pasajeros suspendidos en el aire, pero cuando llevaba unos cincuenta metros de travesía, la nave quedó atrapada en una turbulencia que provocó que el piloto perdiera el control y la aeronave se desplomara en las aguas del río, en la alameda ubicada entre Quilá y La Loma de Redo. Entre los tripulantes y pasajeros que iban en el interior sólo hubo heridos. El personal de protección civil que estaba en tierra se organizó y con ayuda de un tractor lograron rescatar a los sobrevivientes. Para ponerlos a salvo tuvieron que caminar por el puente ayudados con una cuerda para evitar que el río los arrastrara.

En cambio, los que viajaban suspendidos en el exterior, no les favoreció la suerte: la señora fue arrastrada por la corriente causándole la muerte por inmersión, su cuerpo fue encontrado a treinta metros al poniente de donde ocurrió el desplome. Su compañero, pese a que sobrevivió, resultó con heridas graves siendo movilizado por vía aérea a Culiacán, desafortunadamente falleció cuando recibía atención médica de urgencia en un hospital del Seguro Social.

Lentamente las aguas del San Lorenzo regresaron a su cauce. La gente, con la incertidumbre dibujada en la cara y en la medida de lo posible, comenzó a retornar a sus casas dándose cuenta que los daños eran de consideración. Más de alguna familia afectada, se llenó de tristeza, al ver que los bienes que habían acumulado durante mucho tiempo y esfuerzo, fueron destruidos por la inundación. Se tenía que comenzar de nuevo e iniciar la reconstrucción.

En algunos casos las familias nomás salvaron lo que traían con ellos. Las paredes estaban húmedas, los pisos llenos de lodo, colchones echados a perder por la mojada, aparatos eléctricos pese a que los alzaron lo más alto posible el agua acabó con ellos, adiós dijeron a los refrigeradores y ventiladores, qué decir de los muebles desbaratados por estar construido con aserrín prensado, ropa llena de lodo, puertas y marcos arrancados, carros y maquinaria que en su momento fueron cubiertos por el agua y el lodo, por mencionar algunos casos. Otro problema fue la suspensión de los servicios públicos como agua entubada y energía eléctrica. Era insoportable la fetidez que emanaban el lodo y los cuerpos de animales muertos, además de la plaga de mosquitos que se dejó venir trayendo con ellos el dengue con su variante hemorrágica, no faltaron las enfermedades diarreicas.

Hubo afectados que se vieron imposibilitados a retornar a sus hogares por el estado que se encontraban estos, teniendo que buscar refugio con vecinos y familiares, o de plano, levantar campamentos a la intemperie mientras trabajaban en la restauración de sus viviendas y regresar a la normalidad. El gobierno apoyó con láminas, ropa, garrafones con agua potable, enseres domésticos, préstamos blandos, despensas alimenticias y atención médica. Lentamente, y a diferentes ritmos, la situación volvió a la normalidad y las familias no les quedó otra que esperar, a ver cuándo se vuelve a salir el río.

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