junio 21, 2023

Tepuche, tierra de pulgas

Tepuche, tierra de pulgas

Herberto Sinagawa Montoya

Tepuche es un vocablo cahìta, de teput, pulga, y tzi, posposición ubicativa; significa, por lo tanto, ”lugar de pulgas”.

Don Héctor R. Olea en su libro Los asentamientos humanos en Sinaloa, coincide con lo anterior al sostener que Tepuche quiere decir ”lugar donde hay pulgas”.

Tepuche formó parte del gran núcleo indígena que desarrolló su cultura al pie de la serranía sinaloense. Tepuche forma parte, pues, de esos pueblos que existieron y prosperaron antes de la conquista de Nuño de Guzmán, como los de Bayla, Abuya y Tacuichamona.

Como Bayla, Tepuche tuvo que ser reubicada en octubre de 1772 debido a una fuerte creciente del río Humaya, que se llevó todas las casas. Fue reconstruido el viejo pueblo indígena en la parte más alta en la margen izquierda del río Humaya.

Tal inundación de 1772 constituye uno de los recuerdos más relevantes de los ancianos que viven en el pueblo, recuerdo que se ha ido transmitiendo de generación en generación.

También en la memoria de esos ancianos está presente una imagen que se mantiene fresca en la memoria. Fue la visita que hizo a Tepuche el escritor Domingo Lázaro de Arregui, que luego escribió un libro en Guadalajara y publicado en Sevilla en 1621 con el titulo de Descripción del reino de la Nueva Galicia. Allí el escritor  avecindado en Tepic, dice que Tepuche era un pueblo de indios perteneciente a la nación tebaca, en la provincia de Culiacán, reino de la Nueva Galicia.

En 1880 nació en Tepuche Juan M. Banderas. Muy joven fue llamado por Ramón F. Iturbe para que se incorporara a la revolución  maderista. Aceptó y participó en una reunión clandestina en la que Amado A. Zazueta, un periodista de combate de Culiacán, explicó en qué consistía el Plan de San Luis, lanzado el 5 de octubre de 1910 por Francisco I. Madero, en que se desconocía a Porfirio Díaz como presidente de la Republica, y se convocaba al pueblo mexicano a tomar las armas para derribar la dictadura del porfiriato.

Banderas puso en armas a los nativos de Tepuche, y lo mismo hicieron Ramón F. Iturbe y José María R. Cabanillas en Topia y Tamazula, Durango. A Banderas se le unió otro muchacho oriundo de Tepuche llamado Francisco Ramos Esquer.

Banderas derrotó al coronel Luis G. Morelos, militar de carrera, y fue haciéndose de un nombre prestigioso como hábil estratega y valiente soldado. Tomó la plaza de Culiacán y eso le valió el generalato por decisión de Francisco I. Madero.

Durante el sitio y la toma de la plaza de Culiacán, del 20 de mayo de 1911, Banderas (y no Iturbe) ordenó el incendio de la Fábrica Textil de El Coloso, cuando Diego Redo, gobernador del estado, se negó a entregar la plaza y renunciar a su alto cargo.

El general Banderas tomó prisionero a su rival, el coronel Luis G. Morelos, y pretendía respetarle la vida; sin embargo, Herculano de la Rocha y Agustín Beltrán lo convencieron de lo contrario al informarle que el coronel Morelos había fusilado en Tamazula a varios vecinos, entre ellos dos ciegos, violado a dos mujeres y permitir el saqueo de la población. Frente a la tibieza de Iturbe, Banderas entregó al prisionero, que fue llevado, junto con el mayor Agustín del Corral, a la cárcel pública, de donde fueron sacados la noche del 6 de junio de 1911 y llevados al Panteón Civil, donde fueron fusilados.

Tres días antes renunció Redo a la gubernatura, y el Congreso del Estado nombró en su lugar al licenciado Celso Gaxiola Rojo. Francisco I. Madero nombró gobernador al general Juan M. Banderas el 7 de agosto de 1911. Fue muy breve su mandato porque fue depuesto por el mismo que le había conferido tamaño poder.

Banderas abrazó la causa del villismo, y luego del carrancismo. Finalmente, Banderas se separó del carrancismo, combatiéndolo en Sinaloa, en compañía de Felipe Bachomo.

Después de una serie de combates fue derrotado y depuso las armas en Movas, Sonora, el 5 de diciembre de 1915. Se trasladó a la ciudad de México,  donde conspiró contra sus enemigos.

El 10 de febrero de 1919, el general Banderas fue muerto dentro de la pastelería El Globo, en la calle de Bucareli, en la ciudad de México, por el diputado y coronel Miguel A. Peralta, que murió a su vez en la horrenda mantaza de Huitzilac, el 3 de octubre de 1927.

Ramón Ríos Arredondo, de 84 años; Guadalupe Canizales Sánchez, de 87 años; Alicia Estenzor Astorga, y  de 67; Diego Alvarado Labrada, de 90, platicaron, junto con el sindico de Tepuche, Jesús Fierro, sobre las hazañas memorables de su pueblo.

Más tarde se agregó Alfonso Ramírez Beltrán, de 70 años, el que, sin titubeos, dijo:” Mi pueblo Tepuche quiere decir ‘tierra de pulgas’. Había tantas pulgas en tiempo pasado que las mujeres barrían las casas con ramas de chicura. Así las ahuyentaban porque la chicura apesta muy feo y además suelta una goma en la que quedaban atrapadas.

Cuando se le preguntó por qué razón ahora ya no había tanta pulga, Ramírez Beltrán dijo que han mejorado los hábitos de limpieza de la gente y ahora las fumigaciones son más frecuentes.

Jesús Fierro dice que fue tan breve el mandato del general Banderas que ni tiempo tuvo de acordarse de su pueblo.

Sin embargo, cinco años después que el general Banderas dejo de ser gobernador en 1911, Tepuche fue pionero del reparto agrario cuando el gobernador del estado, ingeniero Manuel Rodríguez Gutiérrez, nombrado por Venustiano Carranza, creó en Tepuche el primer ejido que hubo en Sinaloa. En tal decisión influyeron mucho un joven revolucionario nativo de Tepuche, de nombre Francisco Ramos Esquer, y su padre, Francisco Ramos Obeso.

Un sobrino de Ramos Esquer, hijo de su hermano Lázaro, de nombre Lázaro Ramos Esquer, que nació en Tepuche, hizo brillante carrera como ingeniero.

Empezó Lázaro Ramos Esquer como topógrafo e hidrógrafo en la obra de la represa de Sanalona, sobre el río Tamazula, recién egresado del Instituto Politécnico Nacional.

Lázaro, con su gran capacidad, fue escalando puesto tras puesto hasta llegar a ser gerente de la Secretaría de Recursos Hidráulicos en Sinaloa, y, después, coordinador general de delegaciones de la SRH en el país.

El ingeniero Ramos Esquer liquido su deuda con su pueblo natal cuando siendo alto funcionario de la Secretaría de Recursos Hidráulicos construyó un sistema de riego que permite cultivar en condiciones muy favorables unas doscientas hectáreas a la orilla del río Humaya.

También influyó mucho en la pavimentación de la carretera de Culiacán a Tepuche, que ahora se ha extendido a San Cayetano y de allí se prolongará hasta El Encino, en los límites de Sinaloa con Durango, para entroncar con la carretera  a Parral.

Ramón Ríos Arredondo, Diego Alvarado Labrada y Guadalupe Canizales Sánchez se sienten orgullosos de que Tepuche haya sido el primer ejido constituido en Sinaloa. Gracias a esa dotación pudieron sus antepasados hacerse de una parcela que ellos continúan sembrando.

Alicia Estenzor  Astorga guarda en la memoria la creciente del río Humaya cuando tenía quince años. Dicha inundación destruyó casas y sementeras, igual que la de 1772. Platica de la rareza de su apellido: Estenzor. Dice que en Morirato hubo un Mariano Estenzor , español, que se dedicaba a explotar minas. De Morirato el apellido cambió a Tepuche, donde ha echado raíces. Platica sobre lo próspero que era en Tepuche el negocio de la cal en piedra. Había hornos por todos lados; ahora son muy raros.

La antigua escuela se convirtió en la iglesia de La Asunción. Cuenta la leyenda que en el patio de la iglesia una niña se encontró unas monedas de oro y plata. Las llevó con su mamá, la mamá quiso saber dónde las había hallado, y al volver madre e hija no hallaron nada.

Reconoce Alicia que Tepuche ha sido un pueblo muy pobre toda la vida. Aquí se cortaba leña que luego se convertía en carbón que era vendido en Culiacán llevado en recuas de burros.

También en tiempo antiguo se explotó el vinolo, el mauto, la mora, y el palo de brasil, cuyo corazón servía para teñir telas en la fábricas textiles de Europa. Dicho corazón era embarcado en Altata y luego llevado a Mazatlán, donde grandes barcos los trasladaban al viejo continente.

También se enviaba madera para construir casas en Culiacán y Navolato aprovechando las crecidas de río Humaya.

Las tenerías Gastèlum y Atlas, de los Timmermann, usaban el corazón de esos árboles para curtir los cueros de res. Existían en Tepuche muchas de esas tenerías que eran una fuente importante de trabajo, igual que los hornos de cal. Heladio Ramírez tenía una de esas tenerías explotadas en forma muy rudimentaria.

Félix Pérez Chávez tuvo un camioncito marca Ford, modelo 1946, que trabajó durante 60 años, acarreando cal, leña y carbón. Nunca falló. Hoy se le guarda como una pieza de museo por Alicia Estenzor Astorga. “En mi pueblo fuimos tan pobres que el que tenía una camita o un roperito era rico. Ahora todos tienen cama y ropero. Comíamos frijolito en agua y sal, papas en caldo. No había luz ni agua entubada. Teníamos que ir al río para traer el agua en “botas” a lomo de burro. Ahora tenemos todo, pero, óigalo bien, no nos sentimos ricos, seguimos siendo pobres”, dice Alicia Estenzor Astorga.

Guadalupe Canizales Sánchez dice que sembraba sandía en las vegas del río Humaya. “Crecía la planta, pero no daba fruto. Es la mano. Tengo mala mano para la sandía. Por eso ya no la cultivo en espera de que me deje la sal”.

Alfonso Ramírez Beltrán dice que el gobierno debería impulsar la explotación de la cal. Pero a escala familiar. No a escala industrial, como en Mármol o en Hornillos, donde la cal se convirtió en poderoso contaminante del medio ambiente.

En Tepuche hay cerros llenos de cal, como los de La Calera, El Palmar y El Guasimal. Es cuestión de que el gobierno apoye a los vecinos de Tepuche para volver a explotar los hornos de cal, al estilo familiar, como antes.

Jesús Fierro interviene, por su parte, y dice que los habitantes de Tepuche no quieren la instalación de una gran cementera porque eso dañaría irreversiblemente el entorno. “No queremos en Tepuche andar con mascarillas. Queremos el aire limpio, libre. Pero sí respaldamos la acción tendente a revivir la explotación del horno de cal de corte familiar. Dicho horno de cal familiar no contaminaría nì pondría en peligro la ecología”.

Alfonso  Ramírez Beltrán dice que aparte de la cal, Tepuche tiene aguas termales en Agua Calientita a un kilómetro y medio del pueblo. Estas aguas termales pueden ser tan atractivas como las de Imala. “Yo conocí muy viejito al general Iturbe. Tenía una oficina del Registro Público de la Propiedad por la calle Rosales, cerca de la Carrasco, en Culiacán. Explotaba una mina por el lado de El Chichi. Yo le dije ‘déjese de pendejadas; véngase a Tepuche y ponga su horno de cal; Culiacán reclama mucha cal para erigirse en gran ciudad’.  No me hizo caso”, dice Alfonso Ramírez Beltrán.

Con gran humor, Ramírez Beltrán cuenta que tiene una nieta en Mallorca, España, que presume que su abuelo es dueño de un río en México. “Efectivamente, yo vivo aquí, en Tepuche, pegadito al río Humaya. No es mi río, pero es como si lo fuera porque yo lo disfruto a todas horas”.

Dice también, riéndose, que acompañado de un amigo cazó varios pericos ,que abundan en temporada de lluvias en Tepuche. “Pelamos uno a uno los pericos en el manantial de agua caliente y decidimos jugarle una broma a la Rosa Mística, que vivía en Tapuchito. Le dijimos: “ Aquí te traemos estas palomas para que te las comas asadas”.

Rosa Mística se quedó con las “palomas”, y los traviesos pusieron distancia de por medio.

Pasados varios días le preguntaron a Rosa Mística qué le habían parecido las palomas y ella contestó: “ Fíjense que me acabé una carga de leña, pero las palomas no se cocieron”.

Soltaron la risa, entonces la mujer se dio cuenta de que había sido víctima de una broma pesada: los pericos son de carne dura y no sucumben fácilmente al fuego.

Tepuche, con sus leyendas y sus mitos, es otro pueblo mágico de Sinaloa. Estando muy cerca de Culiacán conserva las  modalidades de su cultura  y filosofía de la vida.

No hay en Tepuche una lucha desenfrenada por el dinero. Sus vecinos se conforman con lo poco que tienen. Viven felices a su manera.

Con sus veintidós comisarías, San Miguel de Tepuche vive y deja vivir, y presume de sus hazañas como la de ser Tepuche donde se integró el primer ejido en Sinaloa. Presume también de ser la tierra nativa del general Juan M. Banderas, al que por mal nombre se conocía como El Agachado, debido a su gran estatura. También blasona Tepuche de haber sido apoyadora del maderismo al través de la familia Ramos–Obeso y Ramos–Esquer. Igualmente, Tepuche se enorgullece de que entre sus hijos predilectos figure un técnico en Hidráulica de tanto renombre como el ingeniero Lázaro Ramos Esquer.

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