Por Irineo Paz
Hijo de un honrado comerciante y huérfano desde la más tierna edad, quedó sin más apoyo que el de dos tíos, comerciante el uno y el otro eclesiástico, que quisieron destinarlo al comercio; pero Jorge Carmona[1], impresionado por la efervescencia en que se hallaba el país y siguiendo sus naturales propensiones, prefirió la carrera de las armas yendo de Culiacán, su tierra natal á presentarse en el ejército constitucionalista que estaba sitiando á Mazatlán en 1859 al mando de Plácido Vega y Pesqueira. No se le quería admitir por ser demasiado niño, pero á fuerza de estar dando siempre muestras de valor, venció las resistencias, siendo uno de los cuarenta voluntarios que tomaron al enemigo en canoas el buque armado en guerra “Iturbide”. En la batalla de Los Mimbres en que quedó herido Carmona, el inolvidable general Coronado, uno de los jefes más vizarros (sic) de aquella época, le dio el grado de teniente y lo colocó en su Estado Mayor. En el nuevo ataque al puerto de Mazatlán, cayó en un foso y se fracturó una rodilla; hizo después la campaña de Tepic á las órdenes del general Manuel Márquez y al lado del intrépido Valenzuela, siendo nuevamente herido en el asalto de aquella plaza. En esta vez recibió Carmona sobre el terreno su ascenso á capitán, por el general Coronado. Lozada se rehízo á los dos meses reuniendo á sus parciales de la Sierra de Álica, atacó de nuevo á Tepic, murió allí peleando como un héroe el general Coronado y á su lado recibió Carmona una nueva herida que lo puso en grave peligro de caer en manos de los feroces lozadeños.
Siguió luego prestando sus servicios militares, en Guerrero a la de Álvarez, en Michoacán al lado de Huerta y en Jalisco al de Uraga, encontrándose tras de largas campañas y correrías, en la célebre batalla del Espinal, que dio por resultado á los liberales, la conquista de los Estados de Durango, Chihuahua y Sinaloa.
Habiendo sido nombrado Comonfort jefe del ejército del centro, llamó a Carmona á su Estado Mayor y á su lado hizo varias campañas en que se distinguió alcanzando el nombramiento de comandante de batallón. Después le distinguió para que desempeñara una comisión del servicio en Mazatlán; estando allí el general García Morales creyó o fingió creer que estaba conspirando contra su gobierno y le mandó juzgar en consejo de guerra en el que fueron Asesor y Promotor respectivamente, los abogados jaliscienses, Atilano Sánchez y Enrique Pazos; hizo su defensa Ignacio Ramírez (el Nigromante.) Salió absuelto Carmona; pero, no obstante, el gobernador García Morales ordenó á poco, bajo un pretexto cualesquiera, al prefecto y comandante militar Ignacio Escudero, actual subsecretario de guerra, lo embarcara á bordo de un buque que se hacía á la vela para San Francisco.
Entre los muchísimos combates á que concurrió después, pueden citarse como más notables, el del Monte de las Cruces en que perdió el mártir de la libertad, Santos Degollado, y el de Pachuca en que el jefe liberal Tapia derrotó á las huestes hasta entones triunfadoras de Leonardo Marquez.
Habiendo sido nombrado Comonfort jefe del ejército del centro, llamó a Carmona á su Estado Mayor y á su lado hizo varias campañas en que se distinguió alcanzando el nombramiento de comandante de batallón. Después le distinguió para que desempeñara una comisión del servicio en Mazatlán; estando allí el general García Morales creyó o fingió creer que estaba conspirando contra su gobierno y le mandó juzgar en consejo de guerra en el que fueron Asesor y Promotor respectivamente, los abogados jaliscienses, Atilano Sánchez y Enrique Pazos; hizo su defensa Ignacio Ramírez (el Nigromante.) Salió absuelto Carmona; pero, no obstante, el gobernador García Morales ordenó á poco, bajo un pretexto cualesquiera, al prefecto y comandante militar Ignacio Escudero, actual subsecretario de guerra, lo embarcara á bordo de un buque que se hacía á la vela para San Francisco.
Carmona en el extranjero contrajo nuevos compromisos políticos, que vino á cumplir al país, prestando sus servicios en las filas imperialistas, así fué como se encontró en la célebre batalla de San Pedro, ganada por el heroico republicano Antonio Rosales, en la que Carmona fue uno de los pocos jefes que lograron retirarse en orden, pudiendo salvar, sobre el mismo terreno, á un francés herido que subió sobre su propio caballo y algunos marinos con que llegó á Altata para reembarcarse en el vapor de guerra “Lucifer”.
Rosales en su parte publicado entonces en todas las gacetas y después por los historiadores Hijar, Buelna y Vigil, se refiere á Carmona con todo comedimiento.
Mandando al Gabinete de México á dar cuenta de su conducta, fué bien recibido por Maximiliano, quien lo hizo objeto de mil distinciones, siendo entre otras, la de mandarlo á California al desempeño de una comisión de su confianza. Al regresar de allí para dar cuenta de ella, tuvo que dirigirse á Puebla en donde estaba á la sazón Maximiliano, quien lo recibió perfectamente y siguió dispensándole mucha consideración; ahí se encontraba á la vez prisionero Porfirio Díaz. Carmona le preguntó en qué podía ser el agradable y aquel le recomendó trabajara, si le era posible, por la libertad de los jefes prisioneros, Corella, Angulo y Toledo: pocos días después, éstos marchaban para sus hogares con recursos de Carmona.
Carmona fué mandado por su gobierno á Sonora á las órdenes del comisario imperial Gamboa, saliendo herido de bayoneta en el combate librado en Guadalupe, cerca de Guaymas por el republicano Ángel Martínez muriendo en él, el jefe imperialista Lamberg. En Hermosillo recibió otra nueva herida defendiendo á Gamboa. Retirado éste del servicio, se nombró de comisario á Iribarren, quien comisionó á Carmona, con el grado inmediato, para formar un batallón en defensa de Mazatlán. En ese tiempo rehusó la invitación que le hizo el general Corona para que se pasara á las filas liberales contestándole que dispusiera de su sangre, pero que lo dejara respetar sus compromisos. A su regreso á México, Maximiliano nombró á Iribarren, ministro de justicia y á Carmona oficial de órdenes en su Estado Mayor.
Había caído el imperio, gobernaba Juárez, se levantaban ráfagas de malestar entre las mismas huestes triunfadoras, el Gabinete era hostilizado por los descontentos y se sentía intranquilo. Entonces Carmona como otros muchos fue perseguido por conspirador; un rasgo de audacia de él, vino á salvarlo de aquella situación. Sin conocer á Lerdo de Tejada que era el primer Ministro, se le presentó pidiéndole que fuera él mismo fiador de su conducta. Tal franqueza encantó al jefe del Gabinete, quien hizo á Carmona desde ese día objeto de sus consideraciones; por su influencia fué nombrado inspector del ferrocarril de Veracruz y después fué diputado en representación del Estado de Puebla. En aquella época Carmona, (testigo el actor de estas líneas) se halló una vez en el Hotel San Carlos en el momento que el coronel Deveaux, ayudante de la Comandancia militar, era atacado por un desconocido; generosamente se metió á defenderlo y recibió un balazo en una mano. Lerdo de Tejada que supo esto dio señaladas muestras de afecto á Carmona durante su enfermedad.
Carmona contrajo matrimonio con una dama de las más ricas Y DISTINGUIDAS DE México, se trasladó á Europa y allí fue víctima de una persecución inmotivada por las malas pasiones de los envidiosos. Su conducta observada en estas circunstancias, que fue de las más honrosas, se encuentra descrita en la obra de Mr. Andrieux con el título “Souvenirs d'un Préfect de Police.” En el tomo 6º de la 48 edición que tenemos a la vista, leemos lo siguiente:
“Si en la mayor parte de los casos la discreción me obliga á callar los nombres de las personas que han sido objeto del chantage, tengo, por el contrario que explicarme sin ninguna reticencia, respecto de las calumnias de que ha sido víctima un rico mexicano tan conocido d la sociedad parisiense, como de la colonia extranjera. La iniciativa tomada por él, de dirigirse á los tribunales pidiendo justicia, me permite salir de mi habitual reserva.
“M. Jorge de Carmona, vivía en París desde 1875 y hacía un honorable uso de su inmensa fortuna, protegiendo las artes, dando fiestas brillantísimas frecuentemente en su elegante Hotel de la Avenida Hoche. Era muy bien recibido de la aristocracia parisiense, cuando una avalancha de cartas anónimas lanzando contra él las más graves acusaciones amenazaban hundir su reputación.”
Inserta después una larga nota del jefe de la Legación Mexicana Emilio Velasco, en que une á otros testimonios el suyo, para hacer la refutación de los inmotivados cargos hechos á Carmona.
Como es sabido, en la audiencia de 13 de Julio de 1882 se pronunció un veredicto condenatorio contra Le Henri IV que llevaba el estandarte de las difamaciones, siendo sentenciados M. Albert de Béville, redactor en jefe, á 8 días de prisión y 2,000 francos de multa; Norbert Henzuit, gerente á 2,000 francos de multa; Albert Hans, instigador á 15 días de prisión y 2,000 francos de multa y á Nise de Croiziac á 8 días de prisión y 2,000 francos de multa. Esta sentencia, que ocasionó la muerte del periódico con aplauso de la sociedad parisiense fue publicada por todos los periódicos de París, dando honra á la justicia francesa, que probó así, saber impartir amplia protección á las colonias extranjeras.
En los primeros meses de 1880 Jorge Carmona perdió á su esposa en París y todos los periódicos franceses y españoles hicieron la descripción de los de los funerales de aquella dama distinguida, á cuya ceremonia concurrieron la reina Isabel con su corte y lo más florido de la aristocracia francesa.
La colonia mexicana estaba completa.
Como ven nuestros lectores, apenas hemos podido condensar en estas líneas la vida de Carmona y solo diremos para terminar, que Carmona siempre alcanzó las consideraciones de sus jefes y grandes hombres que lo conocieron y trataron, y que, nunca se le ha conocido ni una indiscreción ni una bajeza, ni una cobardía.
[1] Originalmente apareció publicado en Irineo Paz (1888), Los Hombres Prominentes de México/Les Hommes Éminents du Mexique/The Prominente Men of Mexico, Casa Editorial y Centro de Publicaciones Irineo Paz, Imprenta y litografía de “La Patria”, Callejón de Santa Clara Número 6, Ciudad de México. pp 365-368.


