Texto de Frida Vanessa Fregoso Rodríguez, ganadora del Primer Concurso del Niño Cronista en el municipio de Culiacán
El aire estaba saturado de perfume y de rosas silvestres, y una ligera brisa tibia y cálida se deslizó entre aquel jacalito humilde hecho de palos, adobe y palma. Desde un extremo del estrecho suelo, se escuchó el grito de una mujer, que sentía como su vientre se desgarraba mientras paría el fruto de sus entrañas.
La partera no llego cuando se necesitaba y sólo aquel petate y su hija Josefa vieron nacer a un chiquito entre sangre y esfuerzos.
Corría el año de 1806; el resplandor de las flores iluminaba el pueblo de Guelatao Oaxaca.
“Lo llamaremos Benito, como su padre”, dijo su madre, mientras lágrimas corrían por su pálido y polvoriento rostro. Los años pasaron. El murmullo monótono de las abejas, buscando su camino entre el césped sin cortar o revoloteando alrededor de las polvorientas margaritas doradas, hacían aún más opresora esta gran calma.
“Estoy tan cansado de solo ser pastor y no ser otra vista más que los jacales y las bestias de carga”, murmuraba aquel indio llamado Benito, mientras el estiércol de una vaca se hacía pegajoso entre los dedos de sus pies.
De pronto se estremeció y cerrando los ojos oprimió los dedos sobre sus párpados, como si hubiese querido aprisionar en su cerebro algún extraño sueño del que quisiera despertar.
“Juro por mi madre, que me levantaré de esta gran pobreza, haré sentir orgullosos a mis antepasados y a mi gente; grandes cambios vendrán conmigo, lo juro”. Su lánguida voz entre cortada por el llanto, que salía de sus enjutos ojos, era un grito de anhelo y esperanza que sólo aquel que hablara el dialecto zapoteco podía entender.
Desde la ventana del humilde jacal, un rostro triste y desvalido se asomó con la esperanza de ver a sus retoños volver . Sabía que debía tomar una dura decisión. Intempestivamente se abrió la puerta y el pequeño Benito, junto con su hermana Josefa entraron al recinto. La humilde mujer bajó su cabeza mirando a sus hijos con tristeza a través de las finas espirales impregnado de polvo.
“ ¿Qué pasa madre?”, dijo Josefa -el llanto inundaba los ya casi secos ojos de la mujer-, “¿por qué no me contestas?”.
“Tu padre nos ha abandonado”, replicó la madre.
Deben irse a casa de don Antonio Maza: allá tu podrás servir como mucama y mi pequeño Benito estudiará.
Los niños sintieron que una daga les atravesaba el alma pero obedecieron a su madre.
Pasaron otoños, primaveras y veranos. El pequeño Benito ya se había convertido en hombre; al ver a sus múltiples virtudes, son Antonio Maza lo acogió y apoyó para que estudiara en el Seminario de Santa Cruz la secundaria, y posteriormente, la carrera de Derecho en el Instituto de Ciencias y Artes eran tiempos difíciles, noche tras noche, liberales y conservadores luchaban en la guerra de Reforma para lograr la estabilidad del país.
“Por mi pueblo, ¿qué puedo hacer por mi pueblo?”, replicó para sí mismo Juárez con un sentimiento de angustia y esperanza al mismo tiempo. “Como gobernador de mi estado pude lograr cambios, pero hoy me encuentro aquí en Nueva Orleans desterrado por el desdichado de Santa Anna, que por ser presidente cree que tiene el mundo en sus manos. Pero ya le llegará el día de pagar todas las que ya ha hecho. Al cabo de un tiempo, un chiquillo tocó a su puerta.
“Ha terminado la Guerra de Reforma, los liberales han triunfado”, exclamó feliz el chiquillo, como si la noticia inundara de alegría su corazón.
“Es tiempo de volver a mi tierra”, replicó Benito.
Con gran júbilo y gozo preparó sus maletas como si un presentimiento de buenaventura llegara a su cabeza.
Abordó el primer tren que lo devolvió a su tierra amada, a sus raíces. Al llegar pareciera que un enjambre de abejas, en una colmena llena de miel, lo esperara; una multitud de seguidores lo recibieron con anhelo y alegría, con la esperanza de que con él llegara un cambio a México.
Con la ayuda de los liberales fue electo para tomar la Presidencia, defendiendo grandemente las libertades humanas, por eso fue proclamado “Benemérito de las Américas”.
Mientras vivió en el exilio conoció a una joven dama llamada Margarita; los dos se enamoraron profundamente y decidieron unir sus vidas en matrimonio.
En la tibia sala de estar de su casa, Benito se levantó inclinándose para besar amorosamente a su esposa.
“¿Puedes guardarme un secreto mientras pueda yo ser el dueño de tu corazón?”, murmuró.
“Ese siempre ha sido tuyo, dijo Margarita. “Y algún día se lo contarás a nuestros hijos ¿no es verdad?”.
Benito se sonrojó. “Nunca se lo he contado a nadie, pero en realidad siempre he basado mi vida en la esperanza”.
“Que cosa más rara”, dijo Margarita.
Replicó Benito:
“Siempre he soñado con un jardín en el paraíso, con un pajarillo que cantara eternamente y una ciudad de oro, donde no haya tristeza, ni muerte, ni guerra...”
Crónica ganadora del Primer Concurso del Niño Cronista que se realizó con motivo de la celebración del Bicentenario del Natalicio de Lic. Benito Juárez García en las instituciones educativas de nivel primaria, del municipio de Culiacán, con el propósito de fomentar en la sociedad el conocimiento de nuestra historia e identidad. La convocatoria fue lanzada por el Ayuntamiento de Culiacán a través de la Dirección de Educación, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social; en colaboración con la Subsecretaría de Educación Básica de la Secretaría de Educación Pública y Cultura y el Instituto La Crónica de Culiacán.