La Ilustre Doña Agustina Ramírez de Rodríguez: un faro de inspiración y fortaleza

Laureana Wright de Kleinhans[1]

Consciente ó inconscientemente, la ingratitud es una de las gangrenas que con más frecuencia corre el corazón humano. Tal parece que los pueblos tienen ante los ojos una venda que les impide ver en toda su magnitud la grandeza de los hechos contemporáneos, siéndoles necesario el transcurso de los años y á veces de los siglos, para llega á comprender el mérito y para hacer justicia á los genios que le han honrado, ó los mártires que se han sacrificado por su bienestar y por su gloria. Sócrates, apurando la cicuta, César asesinado en el Senado Romano, Galileo condenado por un jurado de jueces imbéciles, y Cristo befado y abofeteado en El Calvario, son una prueba eterna é irrefutable de esta triste pero evidente verdad. En épocas de oscurantismo y casi de primitiva crueldad, la ingratitud popular tiene la explicación que le ha dado el gran poeta cubano Heredia, cuando dice:

Siempre fueron los pueblos ingratos

Cuando ensayan las duras cadena,

Y frenéticas Roma y Atenas

Inmolaran á Bruto Fóción.

En nuestros días este defecto que prevalece en las cultas sociedades de nuestro siglo, no tiene más explicación que la apatía ó el egoísmo, productores de una criminal indolencia hacia todo lo grande, todo lo digno de recompensa y veneración.

No hace mucho tiempo que un periódico francés exclamaba, á propósito de la muerte del célebre escritor Lamartine: “Lamartine ha muerto pobre, ¡vergüenza para la Francia!” La misma frase podemos aplicar á España al recordar á Cervantes, á Inglaterra al recordar á Milton y á México al recordar á Alarcón.

Y ojalá fuesen sólo el talento y el genio los que se sepultasen en el profundo abismo del desprecio: también la sangre derramada en aras de la patria para redimirnos, se relega al olvido. Una de las más grandes epopeyas de nuestra gloria nacional; un hecho de sublime patriotismo que por todas las circunstancias que le rodean no tiene igual en la historia del mundo, ha permanecido oculto bajo el negro polvo de esa ingratitud, que tanto deploramos, por espacio de 22 años.

Al presentar á nuestros lectores los dolorosos detalles de este cuadro épico y desgarrador, que representa el máximum del patriotismo que puede llevar á cabo una mujer, el máximum del sacrificio que puede consumar una madre, nuestro corazón se contrista, nuestra frente se sonroja y bajo el degradante peso de nuestro propio menosprecio, nos conceptuamos más abajo todavía que aquellos pueblos de gladiadores y de esclavos, cuyas costumbres reprochamos, y que sin embargo, sabían al menos honrar á sus patricios y levantar pedestales á sus héroes.

Nosotros, los hijos de la civilización moderna, no ahogamos la voz de la grandeza del alma con la cicuta, ni llevamos á la sublime abnegación del heroísmo al Calvario; usamos otro veneno: la indiferencia; otro suplicio: el abandono.

Desde hace tres años intentamos dar á conocer al público la biografía de la ilustre mexicana, cuyo nombre exhumamos del olvido y sabiendo que sus descendientes existían en Mazatlán, nos dirijimos al Sr. licenciado Jesús del Río, Redactor en jefe de El Pacífico, periódico de aquella ciudad, suplicándole que hiciese llegar á manos de aquellos una carta en la cual pedíamos los datos de la vida íntima y el retrato de doña Agustina Ramírez de Rodríguez. Este caballero se prestó con la mayor finura á satisfacer nuestros deseos, remitiéndonos una carta, cuyo contenido es el siguiente:

Mazatlán, Julio 12 de 1887.

Sra. Dª Laureana Wright de Kleinhans.—México.

Apreciable señora:

Recibí por conducto del Sr. Lic. D. Jesús del Río, Redactor de “El Pacífico”, su favorecida de 6 de Junio, que hasta hoy puedo contestar. Efectivamente la Sra. Agustina de Rodríguez fué mi madre política, pues mi finado esposo Eusebio Rodríguez, fué hijo de dicha Señora y el último que murió, dejándome dos hijos que son Feliciano y Guadalupe, aún menores de edad y á los que no he podido dar la conveniente educación por falta de recursos.

La Sra. Agustina Ramírez fué originaria de la Villa de Tequila, en el Estado de Jalisco. Ignoro la época de su nacimiento y también la de su casamiento con D. Severiano Rodríguez, natural también de Tequila.

El Sr. D. Severiano murió en tiempo de la guerra de Reforma, el 3 de Abril de 1859, cuando las fuerzas liberales tomaron este puerto al mando de los generales Pesqueira, Coronado y D. Plácido Vega.

Mi madre política tuvo de su matrimonio trece hijos, todos varones, de los cuales murieron doce en los combates, que en diferentes puntos se libraron contra los invasores franceses, habiendo sólo sobrevivido mi esposo Eusebio Rodríguez, que murió de fiebre provenida de insolación.

Ignoro los años que tendría mi citada madre política, aunque su aspecto era el de una Señora ya entrada en años. Su vida la pasaba siempre trabajando, no sólo en sus quehaceres domésticos, sino en los que le proporcionaban las gentes que la conocían, para que así pudiera atender á sus gastos.

Su carácter fué siempre resignado y afable, enalteciéndola más los grandes sentimientos religiosos que profesaba y de los cuales dió testimonio hasta en su muerte, acaecida hace siete años, víctima de una fiebre violenta que en tres días se la llevó al sepulcro, pero no sin que antes hubiera recibido todos los auxilios espirituales de la Religión Cristiana.

Lo que ha dicho “El Pacífico” respecto al abandono en que se dejó á mi finada madre, es la pura verdad, siendo mi trabajo personal con el que en medio de la más espantosa miseria murió ella y vivo yo con mis hijos. Pero estoy resignada, porque son inexcrutables los altos juicios de Dios.

Le adjunto á Ud. una tarjeta que contiene el retrato de mi inolvidable madre, que espero goce en el cielo por lo que sufrió en la tierra. Como no tengo otro retrato de mi querida madre, le suplico me devuelva el que le mando por conducto del Sr. Río.

Puede Ud. mandar, etc.

LUZ DE RODRÍGUEZ

Junto con esta sencilla y conmovedora carta, recibimos un número del “Pacífico,” correspondiente al 24 de abril de 1884, en el cual hay un artículo que dice así:

“DOÑA AGUSTINA RAMÍREZ DE RODRÍGUEZ. —Además de lo que en nuestro número anterior dijimos relativo á esta Señora, encontramos en los apuntes para la Historia de la guerra de intervención, en Sinaloa, escrita por el Sr. licenciado Eustaquio Buelna, los siguientes datos.

“En esos tiempos el patriotismo brillaba hasta en las clases inferiores de la Sociedad, en las cuales había penetrado el sentimiento de la dignidad nacional y la persuasión de la necesidad de sacrificarse por la patria. Hubo madre, que después de haber perdido á su marido, que sirvió á la causa liberal como soldado en la guerra de Reforma, tuvo también de soldados á sus trece hijos en el ejército de la República durante la guerra de Intervención, siendo siempre encontrada en los momentos del combate al lado del astabandera del hospital de sangre en espera de alguno de ellos herido y recorriendo después el campo en busca de los que hubiesen muerto. Esta mujer, llamada Agustina Ramírez de Rodríguez, de alma verdaderamente espartana y más grande que Camelia, la madre de los Gracos, vio morir de ese modo á doce de sus hijos y cuando las fuerzas republicanas recobraron la plaza de Mazatlán, sólo pidió la gracia de que dejasen á su lado al único que aún se hallaba vivo, sin llevarlo á la campaña del interior lo que le fué concedido.

La Legislatura del Estado acordó en 1868 á favor de esta modesta heroína una pensión de treinta pesos mensuales, mientras la representación nacional le señalaba el premio merecido; y ésta, justa apreciadora de tan relevantes virtudes, le concedió en 1881 por unanimidad de votos una pensión de ciento cincuenta pesos al mes; todo según se ve del texto de ambas disposiciones, que se copian en seguida:

Gobierno Constitucional del Estado de Sinaloa

“Por la Secretaría de la H. Legislatura de este Estado se ha comunicado al Ejecutivo lo siguiente:

“En sesión de hoy la H. Legislatura tuvo á bien aprobar la siguiente proposición. —‘Ínterin el Gobierno general acuerda un premio á la Señora Doña Agustina R. de Rodríguez, por los servicios que prestaron á la patria en general y al Estado en particular, su esposo y doce hijos muertos en campaña, se concede á esta una pensión de treinta pesos mensuales, pagados por la Tesorería General del Estado.’—Y tenemos la honra de participarlo á Ud. para su inteligencia y cumplimiento. —Independencia y Libertad, Mazatlán, octubre 13 de 1868.—

Celso Gaxiola, Diputado secretario. —Aurelio Ibarra, Diputado secretario.”

“El Congreso de los Estados Unidos Mexicanos decreta:

“Artículo único. El Congreso de la Unión, en uso de la facultad que le concede el artículo 72, fracción XXXVI de la Constitución, concede á la Señora Agustina Ramírez, viuda del soldado Severiano Rodríguez, muerto en el ataque de Mazatlán el 3 de abril de 1859, y Madre de Librado, Francisco, José María, Manuel, Victorio, Antonio, Apolonio, Juan, José, Juan Bautista, Jesús y Francisco (segundo) Rodríguez, soldados muertos en acciones de guerra contra los franceses, la pensión de ciento cincuenta pesos mensuales, sin que quede sujeta á descuento alguno.—M. Dublán, Diputado presidente.—M. Romero Rubio, Senador presidente.—Manuel F. Alatorre, Diputado secretario.—Blas Escontria, Senador secretario.”

A pesar de estas concesiones, la Sra, Ramírez de Rodríguez vivió y murió en la miseria; sin recibir más auxilios que los que el respeto y veneración de algunas personas le impartían.

¡Quince años esperó el premio de su sacrificio!

Teniendo ya en nuestro poder estos datos, quisimos adquirir las fechas exactas del nacimiento y matrimonio de esta heroína, pues la de su muerte, según la anterior carta, debe ser la del año de 77, y con este objeto nos dirijimos repetidas ocasiones al Señor cura de la parroquia de Tequila, sin haber obtenido nunca contestación. Esta demora y otras independientes de nuestra voluntad, nos habían impedido dar á luz esta biografía, que hoy completamos, con los discursos pronunciados á este respecto en la Cámara del Congreso Nacional, para que nuestros lectores puedan apreciar toda la grandeza de esta mujer, honra de nuestra historia, que abandonada por la patria á la que había inmolado la vida entera de su corazón y de su alma, murió recogiendo las migajas de la caridad pública.

Los documentos que á continuación insertamos, constan impresos en el Diario de los Debates, sesión del día 5 de octubre de 1881.

“Secretaría de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.—Sección 4ª.—Segundas comisiones de Guerra y Hacienda.—Señor.:—Ha ocurrido á V. S. Doña Agustina Ramírez, pidiendo se le decrete una pensión, y alega en apoyo de su solicitud, que su esposo Severiano Rodríguez, fué muerto en la loma de Mazatlán el 3 de abril de 1859, en defensa de las instituciones liberales, y sus doce hijos, Librado, Francisco, José María, Manuel, Victoria Antonio, Apolonio Juan José, Juan Bautista, Jesús, y Francisco (segundo), todos soldados, fallecieron en acción de guerra, combatiendo contra la intervención francesa en los años de 1863 á 1866.

Constan estos hechos por certificados del Sr. General Domingo Rubí, del Coronel Francisco Miranda y Castro y del Sr. Francisco Sepúlveda, visitador de las aduanas marítimas, y por una comunicación oficial del Sr. General Ramón Corona, publicada en el Periódico Oficial del Gobierno del estado de Sinaloa, el 17 de diciembre de 1886; tales documentos obran en este expediente.

Las comisiones Segundas de Guerra y Hacienda unidas, encuentran que el caso no podía estar más claramente comprendido en nuestras leyes. La de 19 de febrero de 1839, da derecho á la pensión á las familias de los militares que perezcan en campaña: la de 7 de febrero de 1863, previene que á las familias de los que fallezcan en la lucha contra la intervención francesa, se les dará pensión vitalicia del haber que corresponda al grado inmediato superior del que tenía la persona de quien se trate. Las comisiones juzgan que aun sería el caso de decretar una recompensa, por ser el de este un servicio eminente prestado á la patria. Conformándose por tanto con la prescripción legal antes citada, consultan á la Cámara el siguiente proyecto de ley, que someten á su ilustrada deliberación.

Artículo único. Conforme á las leyes vigentes, se concede á la Sra. Doña Agustina Ramírez, viuda del soldado Severiano Rodríguez, muerto en el ataque de Mazatlán, el 3 de abril de 1859, y madre de Librado, Francisco, José María, Manuel, Victorio, Antonio, Apolonio, Juan José, Juan Bautista, Jesús, y Francisco (segundo) Rodríguez, soldados muertos en acciones de guerra contra los franceses, la pensión de treinta pesos mensuales.

Sala de comisiones de la Cámara de diputados. México, Septiembre 19 de 1881.—A Pradillo.—Juan Bribiesca.— Luis Pombo.—Enríquez.F. Ogarrio.”

Este proyecto fué puesto á discusión, y el Sr. General Vicente Riva Palacio tomó la palabra en contra en los siguientes términos: “Señores diputados: He pedido la palabra en contra de la proposición con que termina este dictamen, porque creo que la honra de la cámara exige hacer que vuelva á la comisión para que lo reforme.

“Señores diputados: Si en la calle ó en cualquiera parte nos dicen que hay una mujer que ha perdido á su marido y doce hijos combatiendo contra el enemigo extranjero, á la que el Congreso le ha dado treinta pesos cada mes, sin ser diputados diríamos que era una vergüenza para la Nación haber señalado tan mezquina recompensa á la que ha sido víctima en aras de la independencia. Yo, señores, soy hombre de escasa lectura, y por eso tal vez será que en ninguna historia, ni aun en esas famosas de la Grecia, he encontrado semejanza con el hecho que es objeto del dictamen que está á discusión. Una mujer que hubiera perdido á su esposo y á doce hijos en los campos de batalla, peleando por la Independencia de la Patria en Roma ó en Atenas, hubiera sido llamada al Pritaneo para mantenerla en unión de los embajadores; y entre nosotros nos viene proponiendo la comisión una pensión de treinta pesos, cuando todos los días hemos visto que á las familias de tenientes y subtenientes que han muerto de resultas de la guerra, se les han señalado cuarenta ó cincuenta pesos. En cualquiera otra parte la mujer de que se trata, estaría llena de honores, mantenida por la nación y sumamente considerada.

Yo recuerdo, señores, una cosa que en el orden religioso se tenía, en otro tiempo, como el sumunde la gloria: el ayuntamiento de México mandó señalar una pensión á la madre de Felipe de Jesús, porque había padecido en el martirio en el Japón; y nosotros á una mujer que ha perdido á su esposo y doce hijos, le vamos á dar treinta pesos, es decir, menos de tres pesos cada mes por la vida de cada uno de sus deudos. Yo suplico á la Cámara que en honra de la Nación y por respeto á esa desgraciada mujer, que encuentra hoy su hogar solo y triste, porque todo lo más caro que tenía en el mundo, su esposo y sus hijos, los ha dado á la Patria, repruebe este dictamen y lo haga volver á la comisión para que se reforme en el sentido del debate.”

Después de este justo y digno discurso, al cual nada tenemos que añadir, si no es que no sólo en Roma y Atenas sino en Francia, por el sólo hecho de haber dado trece hijos varones á la Patria, sin la circunstancia de haberlos llevado ella misma á la guerra y de haberlos visto expirar entre sus brazos, Napoleón I habría dado á esta mujer un premio que, como su singular heroísmo, hubiera sido notable en el mundo entero; después de este discurso, decimos, el C. diputado Pombo contestó “que las comisiones segundas de Guerra y Hacienda habían consultado que se le dieran á la Sra. Ramírez treinta pesos mensuales, porque las animaba el deseo de establecer economías al Erario; pero que no tenían inconveniente alguno en aceptar la proposición del Sr. Riva Palacio.”

Aquí sigue una discusión con motivo de la cantidad que debía asignarse á Doña Agustina Ramírez de Rodríguez, á propósito de la cual, el C. Pérez Castro tomó la palabra diciendo:

“Después de las elocuentes palabras del Sr. Riva Palacio, casi es un atrevimiento que venga yo á levantar mi voz en defensa de lo que tan bien ha defendido el ilustre general; pero debo traer un poco al debate ciertos pormenores, no con ánimo de hacer más impresión en los Señores diputados, sino para traer á las comisiones á un terreno práctico, para que puedan señalar la recompensa debida á esta desgracia.

No conozco yo más que un hecho en nuestra historia, que pueda compararse con el de esta viuda de un marido y madre de doce hijos, todos muertos con las armas en la mano en el campo de batalla. Este hecho, que no está muy claro en la historia, y que es conocido de pocos, voy á referírselo á la Cámara, para que haga comparación entre las recompensas que recibió la persona de quien voy á hablar, y la que hoy se consulta á esta infeliz.

Cuando la guerra de Independencia, el Sr. General Morelos atacaba á Tixtla, y levantaba su campo de batalla, vió á la viuda de un hombre que yacía á los piés del citado general: esta viuda era la Sra. Catalán. El Sr. General Morelos dijo estas palabras: “mal rato se nos espera, una viuda doliente viene á encontrar á su marido que yace á mis piés, muerto en defensa de la Independencia.” El Sr. General Morelos se acercó á esa señora, diciéndole: “Este es un sacrificio inmenso, pero sacrificio debido á la Patria.” La señora le contestó “no vengó á llorar, no vengo á lamentar la muerte de mi esposo; sé que cumplió con su deber; vengo á traer cuatro hijos, tres que están en posesión de tomar las armas, y uno que puede servir siquiera de tambor, para que reemplacen á su padre.” Esta mujer tuvo la gloria de que la historia recogiera sus heroicas palabras, y la satisfacción de que algunos de sus hijos sobrevivieran y fueran considerados por la nación.

La infeliz de que hoy se trata ha perdido su marido y á doce hijos en una guerra tan santa como la de Independencia; y hace diez y seis años que da pasos tras pasos pidiendo una limosna á la nación, y hasta hoy ha vivido de la caridad pública. Y después de estos diez y seis años que lleva esta infeliz de miseria y abandono ¿nos creeremos justicieros recompensándola con la mezquina suma de treinta pesos mensuales?

Yo creo que la comisión ni ha estado justa ni ha estado apegada á la ley. No ha estado apegada á la ley, porque la de 7 de Mayo de 1863 dice: que á las viudas y deudos de los que mueran en campaña, se les dará una pensión del sueldo íntegro que corresponda al empleo inmediato que tenía la persona muerta. Aquí ha muerto el marido y doce hijos de esta mujer: ¿cuál es la pensión que le corresponde? La del sueldo inmediato de los trece: eso es lo lógico, eso es lo justo. Además, hace diez y seis años que se debía estar pagando la pensión á esta mujer que ha vivido durante tanto tiempo en la miseria.

La comisión no puede creerse atada de manos para dar una pensión mayor, porque puede hacer á un lado la ley que la restringe en un círculo de hierro, apelando al precepto constitucional, para consultar una recompensa digna de la nación, y digna del sacrificio que se va á premiar. Yo propondría, pues, á la comisión, que además de la pensión de treinta pesos, consultara un donativo por lo menos de mil pesos, para que los recibiera de una vez esta pobre mujer.”

Al llegar aquí, uno de los Diputados presentes pidió que se diese lectura á un documento publicado en el Periódico Oficial de Sinaloa con fecha 27 de Diciembre de 1866, en el cual el General Ramón Corona á cuyo mando murieron los doce hijos de la Sra. Ramírez, pide se le decrete por la legislatura del Estado la pensión de un peso diario, que le fué concedida como se ve en el primer decreto que hemos copiado de El Pacífico.

A continuación el Sr. Riva Paladio propuso, de acuerdo con la Comisión, que se fijara la pensión en 150 pesos cada mes sin descuento de ninguna clase. La Comisión retiró el dictamen para reformarlo en este sentido, y así fué votado y aprobado por la Cámara, como se ve también en el segundo decreto que reproduce El Pacífico.

El C. Macedo, en vista de que la Sra. Ramírez, siendo ya de edad avanzada, quizá no tendría ni un año de vida para disfrutar la pensión, propuso que en vez de esta se le diese una cantidad fija, para que después de su muerte pudiera ser manejada libremente por la familia y aprovechada para bien de ella, añadiendo: “Por otra parte, Señores diputados, hay una consideración, á mi juicio, muy grande: lo que nosotros tratamos de decretar á título de recompensa de un servicio eminente, no llega á aquello que da derecha la ley común y ordinaria que debería haberse aplicado en este caso desde hace 17 años. Se trata de 13 hombres muertos en campaña como soldados: entiendo que el sueldo que debería abonarse, sería el del grado superior inmediato, esto es, de cabo, que disfruta el de 22 pesos. Esta cantidad multiplicada por 13, porque á eso tiene derecho la madre que pierde doce hijos y el esposo, no da la cantidad de 150 pesos con que el Sr. Riva Palacio se ha conformado. Si pues, queremos hacer uso de la facultad legislativa de que nos hallamos investidos, hagámoslo de una manera digna del Congreso, digna de la nación y provechosa á la infeliz mujer que ha estado abandonada durante 22 años: señalémosle una cantidad determinada que pueda servir para el alivio de esta pobre mujer abandonada por la nación.”

El C. Guillermo Prieto dijo en contestación á lo anterior: “Señor, se ha visto que el dolor y la finalidad dieron un privilegio especial á esta Señora para que se fijará en ella la atención del Congreso. La Cámara ha abierto su mano con liberalidad; ha descendido hasta la infeliz mendiga y le ha dispensado los honores que la Patria dispensa á sus buenos servidores.

Hasta aquí me parece que es lo digno, lo conveniente de parte del Congreso; ahora entremos en lo que sea más eficaz, más duradero por decirlo así, para la persona de quien se trata. Se ha dicho que es una mujer infeliz del pueblo, que es una pobre anciana, por supuesto sin relaciones de ninguna especie: si nosotros le diéramos tres, cuatro ó seis mil pesos, se encontraría con favorecedores, se encontraría con tutores, habría abogados diligentes; y no faltaría una infinidad de personas que la cortejaran, y podría ser que en los últimos momentos de su vida esta madre heroica muriera en la miseria más positiva. Y no siendo esta cuestión sino de dignidad, queremos que el gobierno sea el depositario de esta cantidad, que esté intacta en sus manos, y que viva y muera con descanso esta infeliz mujer, sin ser víctima de las adulaciones, ya que ha sido víctima del olvido y de la ingratitud.”

Después de este elocuente discurso, la pensión fué declarada como hemos dicho antes, en el sentido de la proposición del Sr. Riva Palacio.

Amigas afectuosas y admiradoras entusiastas del Sr. Prieto, del popular vate, del demócrata por excelencia, del gran orador reformista, sentimos no obstante que en el fin de esta discusión su opinión hubiese prevalecido contra la del Sr. Macedo; pues esta opinión dictada por una idea noble en favor de la agraciada, vino á degenerar en perjuicio suyo como se ve por los resultados. Esa heroína, mártir de la indiferencia y la ingratitud; esa mendiga que no habría tenido que serlo nunca poseyendo un esposo y trece hijos, si no los hubiera cedido á la Patria, murió en la más espantosa miseria, sin haber llegado á percibir ni una sola mesada de su pensión, y dejando en el mismo deplorable estado á dos nietos, descendientes de una raza que por sus hechos ha probado que conserva intacta en sus venas la altiva sangre de Cuauhtemoc. Mientras que si se le hubiese dado una cantidad, habría servido para provecho y bien de su familia, como dice el Sr. Macedo, y aquellos pobres niños habrían podido educarse y adquirir una posición decente en nuestra sociedad. En último caso, habría sido mejor para la honra de México que esta excepcional mujer, única en nuestra historia, hubiese sido víctima de la rapiña de algunos y no del menosprecio de todos; pues reasumiendo los hechos viene á resultar que cuando la Cámara, después de desatenderla 17 años, se dignó por fin fijar en ella su atención y concederle como pordiosera lo que cualquiera nación le habría concedido como Benemérita de la Patria, no le asignó siquiera la cantidad á que según la ley tiene derecho toda familia que pierde á un deudo en la guerra; no le reintegró nada de lo que en esos 17 años debiera haber percibido; lejos de emplear en su favor las facultades de que estaba investida, decretándole un premio tan extraordinario como sus servicios, no le concedió sino una pensión, muy mezquina relativamente á sus méritos, y esto cuando ya no podía disfrutarla, porque se hallaba á punto de morir.

De seguro no será este ejemplo el que despierte en nuestro pueblo el estímulo por los grandes sacrificios. No era este el medio que usaban las naciones Griegas y Romanas para crear héroes, ni la táctica que empleaba Bonaparte, cuando repartía condecoraciones y títulos de nobleza sobre el mismo campo de batalla.

Ojalá que nuestro gobierno general, que en varias ocasiones ha amparado á los descendientes de Moctezuma, y á los de Iturbide, atendiese al menos á la manutención y educación de esos pobres hijos del pueblo que llevan el nombre de la primera patricia mexicana, dándole siquiera unos lugares de gracia en alguna Escuela Nacional para arrancar de la miseria y la abyección á una infeliz viuda y dos huérfanos, únicos descendientes de una familia de héroes.



[1] Laureana Wright de Kleinhans (1910), Mujeres notables mexicanas, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, Tipografía Económica.