Los Celestiales Jazz Band

Por Rosendo Romero Guzmán.

Cerca de las tres horas con quince minutos del aquel ocho de abril de 1999, Cecilio Morán Arroyo, cerró sus ojos y se sumergió en una sensación de paz sin igual. En lo más profundo de su ser, percibió un silencio reconfortante que ahogaba los llantos, lamentos, gritos, órdenes y trotes que había escuchado con anterioridad. Se sintió liberado de cualquier carga emocional negativa, como si todo aquello quedara atrás, desvaneciéndose en la distancia. Una energía revitalizante lo envolvió mientras caminaba por un sendero cubierto de nubes. La atmósfera a su alrededor irradiaba una serenidad que nunca había experimentado. Su caminar se detuvo frente a un imponente portón, que se abrió ante su presencia de forma majestuosa. Una luz brillante y reconfortante lo recibió del otro lado, invitándolo a adentrarse en lo desconocido.

Cuando menos se lo esperaba se presentó San Pedro, quien con un gesto amable lo invitó a seguirlo y mostrarles los rincones más hermosos del paraíso. Asombrado, aceptó la invitación y siguió al anciano por senderos celestiales, maravillándose por la belleza y la paz que lo rodeaban. A medida que avanzaban, Cecilio se dejaba envolver por la atmósfera de tranquilidad y felicidad que regía en aquel lugar. Estaba frente a un sueño hecho realidad, un paraíso donde reinaba la paz y la belleza en su forma más pura. Tras el tour, le dijeron su estatus, que iba estar ahí libre de la muerte y de las enfermedades, viviendo una vida de paz, tranquilidad y armonía.

Le pareció bien lo que le informaron. Como en todo, siempre hay un pero ¿en qué me voy a entretener? De inmediato pensó que lo mejor era practicar con su trompeta, tenía todo el tiempo del mundo, y así lo hizo, hasta que se enfadó porque nomás estaban él y su instrumento. Luego se cuestionó ¿Y si formo una banda de Jazz con puros paisanos? Y que mejor que con filarmónicos acostumbrados a tocar música de tambora y dan gusto a puro borracho. Y para que no se agüiten les voy a decir que vamos a jazzear música regional, ya me imagino El Sinaloense jazzeado y en lugar de batería una tambora, ja ja ja ja ja. Va a estar bueno el mole.

Tras hacer una lista de posibles candidatos a formar su banda, comenzó a localizarlos recorriendo los parajes del paraíso. Se le vio caminar con paso lento que reflejaba la intensidad de sus pensamientos. Iba vestido con esmoquin, parecía un espectro, un novio de boda elegante. Un pañuelo blanco colgaba de su mano izquierda, utilizado para limpiar su frente sudorosa, mientras que en la derecha sostenía una trompeta, su inseparable compañera, a quien atendía con esmero, al ser muy celosa y gruñona. Decía que, si dejaba de practicar a diario y no cumplía con las horas de rigor, su instrumento musical se enojaba, y por más que insistiera, no emitía suaves y melodiosas notas, saliendo por su redonda y gran boca, puros gruñidos de cerdo y rebuznos.

Poco a poco, el hombre avanzaba con determinación. Necesitaba cavilar muy bien su proyecto en ciernes. Era asunto difícil, requería paciencia, tenacidad y sobre todo amor. Tenía que hacerlo, tenía la necesidad, tenía esa carcoma, tenía que convencer a cuatro enamorados de la musa Euterpe, con experiencia y gustos musicales diferentes, y solo leen tres el pentagrama, por eso la tarea se antojaba difícil, pero no había vuelta atrás.

Guardó su pañuelo y comenzó a rascarse su ensortijada cabellera en la que se asomaban traviesos hilos de plata. ¿Dónde encontrarlos? Pues en el único lugar a dónde van los creyentes: en el cielo. Allí estaba, Tomás Ochoa, Tilín, pues, el de Los morraleros de Abuyaespecialista en clarinete; Mariano Ordóñez el último bohemio de Los Mochis, versátil músico que lo mismo toca el piano, guitarra y acordeón, además de no cantar mal las rancheras y Manuel Beltrán el tamborero de la Banda Tacuichamona que dirigía Humberto Martínez Machado. Nomás faltaba invitar a un contrabajista que además hiciera coros, y que mejor que Francisco Gómez El Glostora, ex integrante del cuarteto musical Los Xochimilcas. Con determinación, el hombre se preparó para abordar su misión de convencer a estos talentosos músicos para que se unieran a su proyecto: un quinteto de Jazz.

Con sus vidas terrenales detrás de ellos, ya sea convertidas en polvo o cenizas, los presuntos involucrados no tenían nada que los detuviera para unirse a la banda. Las obligaciones como seres vivos, los achaques y las enfermedades habían quedado en la tierra. Ahora, en el más allá, podían encontrarse en el paraíso o en el infierno, dependiendo de su fe. Pero como los candidatos fueron devotos de la doctrina de Jesús, de seguro estaban en el cielo, aunque más de uno pasó de panzazo.

Al primero que encontró fue a Mariano. Estaba vestido de pies a cabeza con prendas de color blanco, parecía palomo descopetado. El maestro, se encontraba concentrado en aporrear las teclas de su blanco piano de cola, buscando sacarle de sus entrañas las notas del tango La cumparsita, ese que alguna vez cantó magistralmente Carlos Gardel. Cecilio aprovechó el momento para escucharlo y pedirle que la tocara a ritmo de jazz, para ver si la incluía en el proyecto que traía. Mariano detuvo su interpretación al notar la presencia de Cecilio y le dedicó una amplia sonrisa.

- ¡Cecilio! ¿Qué milagro, qué te trae por aquí?, preguntó Mariano, deteniéndose en el piano y estrechando la mano a su amigo.

- Hola, Mariano. Estoy en busca de músicos para un proyecto especial. ¿Te gustaría unirte? Respondió con entusiasmo Cecilio.

Mariano expresó con interés. - ¡Por supuesto! Estoy listo para cualquier desafío musical. Cuéntame más sobre ese proyecto que te bulle en la cabeza.

Cecilio explicó los detalles de su idea, compartiendo su visión y la importancia de cada uno en la banda. Mariano escuchó con atención y emocionado aceptó formar parte del nuevo proyecto.

- ¡Suena emocionante! Estoy dentro, declaró Mariano, con una chispa de entusiasmo en sus ojos.

Con un apretón de manos, sellaron su acuerdo, ansiosos por comenzar esta nueva aventura musical. Antes de despedirse, improvisaron juntos y jazzearon el tango La cumparsita: si supieras que aun dentro de mi alma, conservo aquel cariño que tuve para ti, quién sabe si supieras que nunca te he olvidado, volviendo a tu pasado te acordarás de mí…

El ChiloMorán, como era conocido Cecilio en el ambiente, se despidió del pianista y continuó su camino en búsqueda de otro de sus prospectos. De repente, a lo lejos, desde un pequeño bosque de nanches escuchó el inconfundible sonido de un tololoche siendo chicoteado. Apresuró el paso y rápido encontró el lugar de dónde provenían aquellas notas. Su alegría fue mayor al ver al Glostora, sin lugar a dudas, ahí estaba frente a él, con su característica cabellera alborotada, parecía llevar en la cabeza un gato callejero enfadado con los pelos de punta. Su atuendo consistía en una camisa y pantalón de manta trigueña de color rosa fucia, mientras que sus pies estaban calzados con botines. La cara la traía cubierta de pintura blanca, y sobre ella traía trazada, en cada ojo, una figura de un rayo en color negro.

El aludido ni siquiera se enteró de la presencia del maestro, andaba muy entretenido con el tololoche. Estaba practicando, se paraba sobre él y mientras se equilibraba, sacaba notas, luego se bajaba y se montaba sobre el instrumento, para después portarlo como debe ser y darle vueltas a la manera de un trompo. Había un completo dominio sobre el contrabajo maniobrándolo y sacándole melodías. Fascinado por el improvisado espectáculo, el maestro espero que este se diera cuenta de su presencia.

- Hola Francisco ¿cómo estás? ¿Veo que sigues en el mundillo de la música?

- ¡Epa! ¿Cómo que Francisco? ¿Ya nos llevamos tan feo? Dime Glostora ¿Qué no somos amigos?

- Pues ahora que lo dices, tienes razón, debemos usar nuestros nombres de guerra: Chilo y Glostora. ¡ Ja ja ja ja ja ja ja ja ¡

- Pues mira, dijo Chilo, te ando buscando para invitarte a formar un grupo de jazz, ¿cómo la vez?

- La veo bien carnal. Ya me enfadé de estar de ocioso, necesito acción, tocar lo que realmente me gusta: el jazz.

- ¿Y quienes nos van a acompañar? Digo nomás para saber.

- La verdad es que, aunque el proyecto es bueno, no va a estar fácil, porque quiero meter a tres paisanos que no tienen ni idea de lo que es el jazz, pero son buenos músicos y le echan muchas ganas. ¿Además que otra cosa sabemos hacer?

- Ya está mi Chilo, tu nomás me avisas. Oye antes que te vayas porque no tocamos San Luis Blues y así sellamos nuestro compromiso.

- Ya está Glostora, te sigo con mí trompeta.

Después de la tocada improvisada, nuevamente Cecilio encaminó sus pasos en la búsqueda de Tilín y Manuel, sus paisanos, porque al igual que él, nacieron en Sinaloa. Había escuchado que eran excelentes, aunque aprendían las melodías de oído, eran pajareros, al desconocer el pentagrama y por eso guardaban las composiciones en su memoria y las letras en arrugados cuadernos escolares. Con esta idea en mente, continuó en su búsqueda hasta que encontró información sobre su paradero y se dirigió hacia allí.

Los encontró sentados sobre unas rocas, a la orilla de una corriente de agua, charlando y meditando sobre su fe cristiana y como, en vida, se habían dado la tarea de preservar sus ancestrales tradiciones, tan es así que eso los llevó a convertirse en filarmónicos, e incluso aprendieron a interpretar y cantar música sacra en latín.

- Buenos días plebes, Saludó Cecilio, ¿cómo se la están pasando? Se ve que bien, pero bien aburridos, digo sin agraviar a los presentes.

- Ese mi Chilo, no se te va a quitar la manía de andar dándonos carrilla. Pero acuérdate que el que se lleva se aguanta. ¿Verdad Tilín? Comentó Manuel.

- Así es, respondió Tilín, luego anda este llorando y nos quiere acusar con nuestras jefecitas. ¿Y qué es lo que andas haciendo por estos lares? ¿Te debemos algo o andas de visita? Suéltala que para luego es tarde.

- Ah, qué plebes, no se aguantan. Pero vámonos para la sombrita, que el sol está que quema y me hago prieto como ustedes. Bromeó Cecilio.

- Muy güerito has de estar, dijo Manuel, si estás más prieto que nosotros.

- Miren quiero juntar gente como ustedes, insistió Cecilio, fieles seguidores de Santa Cecilia, de esos que traen tatuada la música en sus corazones. Plebes, los necesito para formar una banda de jazz.

- Epa, vamos por partes, intervino Manuel, yo sí jaló contigo porque te conozco como eres de reata con nosotros, pero ¿qué madres es eso de jazz o como se diga? ¿Cómo se come? Porque yo nomas le he oído al Tilín que músicos más viejos que nosotros, lo tocaban, que nomás gritaba quien los dirigía ¡¡¡Jazz!!!, y cambiaban de instrumentos y ritmo, pero hasta ahí sé, nunca lo he oído.

- Miren una cosa si les aseguro, afirmó Cecilio, nos vamos a divertir como nunca y a aprender cosas nuevas.  Manuel, tú vas a batallar porque nomás tocas la tambora sinaloense, y con ella vas a entrarle al jazz, a ver cómo le hacemos. Bueno, plebes, ¿jalan o no jalan? Si no, sigo buscando, sentenció.

- Estamos contigo, terció Tilín, nomás di dónde y cuándo.

- Ahí luego les aviso, respondió Cecilio, vayan limpiando y afinando sus instrumentos, de seguro están igual de viejos y oxidados que ustedes, ja ja ja ja ja ja.

- Epa ¿pa dónde vas?, gritó Tilín, quédate un rato, estamos ensayando la canción de La cuichi, esa que dicen que dice: la cuichi culichi que dejó todo bichi mi pinchi corazón, y que es la culpable de mi perdición, Que casi me lleva a saltar del balcón se lo juro señor….  Es más, necesitamos que nos sigas con tu trompeta, para que recuerdes cuando de morro tocabas estas canciones en la banda de tú papá allá por Concordia y Acaponeta. Ja ja ja ja,  se rio Cecilio, ustedes deberás se las saben de todas, todas.

Con el tiempo, los convocados recibieron el aviso de que el lunes próximo se reunirían muy temprano en casa de Mariano. Se les recordó que no olvidaran llevar sus instrumentos y cachivaches. Por lo demás, se les aseguró que no había problema alguno porque estaban en el paraíso.

El martes llegó el Glostora arrastrando su tololoche guardado en su estuche, además de cargar con sus triquis. — ¡¡ uff!! Hasta que llegué, dijo el recién llegado, se me hizo largo el camino, todo por olvidadizo. No sé dónde dejé mis alas y no me pude venir volando. A ver, ¿dónde me estaciono? Ja ja ja ja, se rio Cecilio, donde gustes. Hay mucho espacio. Agarra el cuarto que gustes. Mira como vienes parece que te arrastraron, pero en fin, que bueno que no te rajaste.  Al fondo está el baño, terció Mariano, para que te asees y bañes, pareces trapo viejo como los que usan los limpia parabrisas en los cruceros.

Desde el fondo de la casa se escuchó un grito: ¡Apúrate Glostora que te estamos esperando desde ayer!, gritó Manuel impaciente, de a tiro la amuelas, te dijeron que era el lunes y llegas un día después. Nomás falta que te pongas a descansar y a rascarte el ombligo al estilo japones. No la chifles que es cantada. ¡Apúrate!

Mientras el recién llegado se alistaba, Mariano y Cecilio se reunieron con el resto del grupo, que ya estaban listos con los instrumentos bien afinados, como profesionales que eran. Cecilio pidió que cada uno tocara un pedazo de la melodía que más les cuadrara para escucharlos y después darles indicaciones. En cuando Mariano estaba con su acordeón a punto de cerrar la ronda de ejercicios, a toda carrera se incorporó el Glostora con su inseparable tololoche.

Después de esto les dijo que les haría una prueba para ver que tan buenos eran cantando «scatt». Esto asustó a los ahí presentes. Mariano se atrevió a preguntar qué era eso. No se asusten, respondió Cecilio, es un tipo de jazz en que un vocalista canta sonidos o silabas en lugar de palabras, pero al ritmo de la melodía, así como lo hacía Tin Tán en sus películas. Después uno de nosotros va a tocar a placer, mientras los demás callan o bajan el volumen de sus notas, esto se llama «ad libitum».

Así pasaron los días, entre ensayos y momentos de desesperación porque lo que se les pedía era un tanto complicado. Con quien más batallaron fue con Manuel y su tambora, pero al final lograron acoplarse. Todos estaban bien coordinados en su quehacer musical. Por ejemplo, cuando Cecilio levantaba la mano derecha y apuntaba a Manuel, este se lanzaba con un solo en su tambora. Pero si con la izquierda señalaba a Tilín, este comenzaba a cantar con palabras sin sentido. Cuando levantaba la mano derecha empuñada, era la señal que Cecilio se iba a echar un solo con su trompeta. De esta manera, cada uno de los integrantes era capaz de actuar según las indicaciones del director.

Pese a que la idea original era incluir música vernácula mexicana, Cecilio, ante la insistencia de sus compañeros, permitió que cada uno escogiera tres canciones. La condición era que todas debían ser interpretadas al ritmo de jazz y que trabajarían en conjunto en los arreglos, ya que no era una tarea fácil. La lista de las canciones a interpretar quedó alineada de la siguiente manera: Cecilio escogió La cucaracha (Dominio público), Allá en el rancho grande (letra de Juan Díaz del Moral y música de Emilio Donato Uranga) y El sinaloense (Severiano Briseño Chávez); por su parte Mariano aportó La cumparsita (Gerardo Matos Rodríguez.) Arráncame la vida (Agustín Lara) y La comparsa (Ernesto Leucoma); el Glostora agregó San Louis blues (W. C. Handy), Pulque para dos (Gustavo Moreno), Caldo de oso(Mariano Mercerón Masó); por su parte Tilín incluyó La chuichi (Dominio público), Morir soñando (Manuel Pelayo Díaz) y El toro mambo (Loreto Sánchez Salazar), al último y tras pensarlo muy bien, Manuel anotó El panal (Rubén Méndez del Castillo), El niño perdido(Dominio público), y El toro manchado(Luis Pérez Meza).

De estas sugerencias, aclaró el director musical, se seleccionarían las canciones que se mejor se adapten a los arreglos y al estilo de la banda, considerando factores como la versatilidad de las melodías, la estructura musical, y la capacidad de adaptación al estilo jazzístico de Los Celestiales Jazz Band. Ahora sí, tenían en que entretenerse, pero cuál era el problema, tenían tiempo para realizar este proyecto.