
Rosendo Romero Guzmán
El ser cronista, es un privilegio para quien ejerce este noble oficio, pues convierte a quien lo practica, en un conocedor y rescatista del acontecer de la sociedad y sus integrantes. Su tarea es noble, poco comprendida, pero a cambio, es gratificante por lo que descubre, comparte, narra y deja registrado para la posteridad. Su labor se centra en investigar para después relatar y transmitir acontecimientos de manera clara, secuencial y ordenada crono[1]lógicamente a un receptor, y la forma de hacerlo, puede ser principalmente oral y escrita.
Un buen cronista, en su quehacer, debe tener la habilidad de observar y escudriñar en búsqueda de información para relatar una buena historia apegada lo más posible a la realidad, relatos que deben denotar un discurso con un estilo bien cuidado y accesible al lector, pero que también muestre honradez e innovación en su contenido y forma de investigar, ofreciendo un aporte al conocimiento.
La labor del cronista, no es fácil, en la búsqueda de su historia tiene que salir a realizar trabajo de campo, es decir recolecta información visitando el lugar de los hechos, entrevista a personas consideradas como testigos de vista porque presenciaron los acontecimientos, incluyendo a los contemporáneos porque supieron del suceso o se lo contaron, aunque también se recurre a fuentes documentales. En el momento que se tienen elementos suficientes para integrar una buena crónica, viene el asunto de dar orden a la información y así comenzar a redactar una interesante historia de sucesos y sucedidos, claro narrado de acuerdo al gusto, creatividad y capacidad literaria de quien lo hace La cualidad más importante que debe poseer quien aspire a ser cronista, es la de tener amor hacia lo que hace, un cariño motivante y encausado a escudriñar en el pasado y plasmar el presente, pensando tal vez, que este pasado, fue el presente de alguien y así se relató, por esa circunstancia las ideas y relatos deben plasmarse en un formato de frescura, como si acabaran de suceder, tarea más que difícil, pues se requiere estimulo, disciplina, constancia, perseverancia, imaginación y sobre todo compromiso.
El cronista es similar a un retratista, con la salvedad que este registra el acontecer de su entorno, y demás, pero en lugar de usar una cámara para capturar imágenes fijas y móviles y realizar trazos así como grabados, recurre a la palabra y narrativa preferencialmente escrita. Las hechos ocurren dentro de situaciones especiales y por tiempo indefinido, pero así como aparecen, se esfuman, y solo quedan, si se tiene suerte, evidencias de lo que pasó o está pasando, que si no son registradas y analizadas, corren el riesgo de irse al limbo, y evitar esto, es una de sus tareas prioritarias.
No existe un perfil único para considerar a alguien como cronista, de hecho es versátil, al no existir una preparación académica específica, lo único que se requiere, es ganas de hacer las cosas, realizarlas bien, con responsabilidad y amor al oficio. Ejemplo de excelentes cronistas, regionalmente tenemos a Andrés Pérez de Ribas, cronista jesuita que legó su espléndida obra intitulada, Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre las gentes más bárbaras y fieras del nuevo orbe: conseguidos por los soldados de la milicia de la Compañía de Jesús en las misiones de la Nueva España, en donde describe aspectos de la vida en el norte de Sinaloa y sur de Sonora, territorios que observó durante dieciséis años que duró su misión evangeliza[1]dora en estas tierras en la primera parte del siglo XVII. Baltasar de Obregón ese soldado criollo miembro del ejercito expedicionario de Francisco de Ibarra, escribió en 1564 su Historia de los descubrimientos antiguos y modernos de la Nueva España, en la que expone todos los detalles de las exploraciones de Francisco de Ibarra y anteriores conquistadores españoles principalmente por los estados norteños de Durango, Sinaloa, Sonora,… a este cronista se le puede considerar el Bernal Díaz del Castillo de estas regiones.
En tiempos más modernos sobresale la figura de Francisco Verdugo Fálquez, como un cronista preocupado por el lugar que lo vio nacer, dejando huella al relatarnos como era la ciudad de Culiacán en la década de los cuarenta del siglo que acaba de culminar, en su libro Las viejas calles de Culiacán (relato histórico y anecdótico), se va calle por calle, en el llamado centro histórico, narrando aconteceres en cada una de ellas, ha pasado el tiempo y su obra no ha sido igualada mucho menos superada. Un excelente narrador fue Heberto Sinagawa Montoya quien legó para la posteridad infinidad de artículos periodísticos, sobresaliendo los de corte histórico y de fuerte esencia a crónica, y que decir, de su vasta obra fuente de consulta obligada para los estudiosos de nuestro pasado, en donde sobresale Sinaloa, historia y destino, cuyo contenido está redactado y organizado a la manera de un diccionario enciclopédico.
Un cronista se diferencia de un historiador por su preparación académica y por la forma de investigar y abordar los asuntos de su interés, principalmente su metodología y métodos de investigación, pero al final existen puntos de convergencia que benefician a ambos gremios y así vemos a historiadores metidos de cronistas, y a pocos cronistas dándoselas de historiadores.
Los cronistas locales de nuestro pasado, han organizado su gremio en una asociación plural, palestra desde donde luchan colectiva[1]mente por la mejoría de sus condiciones en su quehacer, en impulsar leyes y reglamentos que protejan el oficio de cronista y los archivos locales, dar a conocer los productos de sus indagaciones, además de establecer relaciones profesionales con organizaciones hermanas. Ahora con la pandemia de coronavirus la forma de relacionarse se ha modificado, ante el peligro de contagio, los eventos se realizan virtualmente mediante videoconferencias en tiempo real y se resguardan de manera digital. En el caso de Sinaloa, no es de extrañar que en el gremio, cuando se reúnen, concurren cronistas de diversas profesiones y oficios, estratos económicos y sobre todo pocas mujeres, como si fuera una actividad más propia de hombres.
Uno de los problemas torales, es la divulgación de los resultados de las investigaciones que realizan, pues aquellos que no están respaldado por alguna institución, tienen que buscar un mecenas o recurrir al uso de sus propios recursos, incluso las agrupaciones gremiales tienen problemas para la divulgación, por eso están recurriendo a plataformas digitales. La contrariedad no es investigar y generar un producto, si no la divulgación, porque no se hace, queda la pregunta ¿investigar para qué o para quién? Y una posible respuesta sería para satisfacer el ego personal y guardarlo en el fondo de un cajón del escritorio o en el ciberespacio.