EL MOVIMIENTO DE INDEPENDENCIA EN SINALOA

Miguel Ángel González Córdova

Foto tomada de internet

Efímera en realidad fue la presencia del movimiento independentista de 1810 en Sinaloa, donde aquella gesta se concretó a una victoria y una derrota – definitiva esta última – para las fuerzas insurgentes. En seguida se reproducen algunos datos extraídos del libro Sinaloa, una historia compartida. (DIFOCUR, 1987), de cuyo contenido se extractan los siguientes párrafos).

A fines de 1810 don Miguel Hidalgo comisionó al insurgente José María González de Hermosillo para que propagara la insurrección en las provincias del Noroeste. En diciembre de ese año González de Hermosillo, fray Antonio López, fray Francisco de la Parra, y dos mil soldados insurgentes penetraron en el partido de El Rosario, y el día 21 lograron ocupar el Real del mismo nombre, tras de vencer a una corta guarnición realista que mandaba Pedro Villaescusa. La población no apoyó a los insurgentes, tan solo la guarnición de mulatos que servían en el Presidio de Mazatlán (hoy Villa Unión) se unió a González de Hermosillo. Los insurgentes avanzaron hasta San Ignacio Piaxtla donde fueron completamente derrotados por el intendente gobernador de Arizpe, Alejo García Conde, el 7 de febrero de 1811.
A consecuencia de ese fracaso los insurgentes volvieron a la Nueva Galicia y terminó la guerra en el Noroeste. En marzo de 1811 hubo un levantamiento de indígenas en Badiraguato, acaudillados por Antonio García, que pronto fue reprimido. Este movimiento estuvo relacionado con los conflictos sociales propios de esa zona y, al parecer, no tuvo relación con la insurgencia. Las provincias del Noroeste se mantuvieron en paz, y sólo se sabe que el sacerdote Agustín José Chirlín y Tamariz propagó las ideas de la independencia.
Después de la derrota y prisión de Hidalgo (marzo de 1811) el movimiento insurgente continuó bajo el mando de otros caudillos, entre los que sobresalió don José María Morelos (1811 – 1813), quien actuó principalmente en el sur del virreinato. Hacia 1817 el gobierno colonial había logrado controlar al movimiento insurgente, pero no aniquilarlo. Poco después surgió el movimiento de las clases altas del virreinato, que encabezó Agustín de Iturbide con el Plan de Iguala (24 de febrero de 1821) que, obviamente no buscaba favorecer los intereses del pueblo sino los de la gente adinerada y poderosa. Iturbide logró la adhesión de la mayor parte de los jefes del ejército y de las autoridades coloniales, por lo que pudo concluir su campaña el día 27 de septiembre de 1821.
Las más importantes consecuencias del movimiento insurgente sobre las provincias del Noroeste se dieron en el terreno económico. En efecto, la guerra que se desarrollaba en el centro, sur y occidente del virreinato interrumpió las rutas del comercio que abastecían a Sinaloa y Sonora de productos importados que venían principalmente de México y Guadalajara. La interrupción del comercio afectó a la producción minera y al consumo de la población en general, pues muchos productos necesarios – como los textiles – llegaban del exterior. Para remediar esta situación el gobernador se vio obligado a tolerar y, en algunos casos, a autorizar el comercio ilegal que mercaderes angloamericanos y europeos hacían en el Noroeste desde fines del siglo XXVIII.

El incremento de ese tráfico – que no era otra cosa que contrabando – benefició a los principales comerciantes locales que antes eran simples agentes de los almaceneros de México y que ahora podían negociar por su cuenta con mayores ganancias. No cabe duda de que esta experiencia sirvió para convencer a los ricos de la región de que la desaparición de los controles coloniales tendría apreciables ventajas para ellos. Tal vez a eso se debió que el movimiento trigarante de Iturbide recibiera buena acogida entre los españoles y criollos de Sinaloa.
La primera adhesión al Plan de Ighuala se realizó en El Rosario el 16 de julio de 1821, proclamado por el teniente coronel Fermín de Tarbé en unión de Francisco de Viña, Joaquín Noris y del párroco Agustín José Chirlín. Vinieron después otras adhesiones, entre ellas las de Alejo García Conde y la del nuevo obispo, fray Bernardo del Espíritu Santo. Así se consumó la Independencia en Sinaloa, sin participación directa de sus habitantes, sino más bien como una consecuencia de hechos ocurridos fuera de la región, pero que, ineludiblemente, involucraban al Noroeste.
Sinaloa inició su vida independiente como una provincia del Imperio Mexicano, bajo las mismas autoridades que habían fungido en la última etapa de la era colonial. Desaparecido el imperio, Sinaloa fue erigida en provincia autónoma separada de Sonora y gobernada por su propia diputación provincial, que se instaló en Culiacán el 8 de octubre de 1823.