Club del Abuelo Siempre Joven

Rosendo Romero Guzmán

Para quienes gustan pasear o tienen la necesidad de cruzar por la plaza Álvaro Obregón, se dan cuenta de la existencia de diversos escenarios bien definidos para el solaz, esparcimiento y otras actividades. Uno de estos espacios es el ubicado en el costado sur de la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Rosario, un lugar que alberga una pequeña plaza cercada por puestos dedicados a la venta de artesanías, suvenires, alimentos, raspados, equipos de telefonía y sus accesorios, ropa, alimentos para aves, además de funcionar una clásica tiendita.  En el sitio son escasos los jardines al privilegiarse la presencia de árboles conocidos como olivos verdes, además de palmeras. Es precisamente en este espacio que desde 2011 se reúnen los integrantes del llamado Club del Abuelo Siempre Joven, asociación formada por personas, en su mayoría, de la tercera edad, que buscan disfrutar de la música y el baile. Muy fieles a estos bailongos son personajes afiliados al Club del Pájaro Cáido que sesionan con frecuencia en las bancas del sector, así como el del Club del Pájaro Muerto que acuden desde el extremo norte de la plaza Obregón, a esto se agregan gentes de otros puntos de la ciudad.

El baile inicia al atardecer en punto de las diecisiete horas y si se puede cada tercer día, con y sin apoyo oficial de las áreas de cultura de los gobiernos, el fin es divertirse a más no poder. Para este cometido, a la altura de la avenida Paliza, en ocasiones se levanta un entarimado para que los artistas y conductores se suban a cantar y amenicen el evento, y si no, lo hacen a suelo raso. Mientras fluye la música, los bailadores lanzan sus mejores pasos siempre rodeados por una pléyade de mirones, algunos parados, otros sentados en los redondeles metálicos que protegen a los árboles o en sillas que llevan y colocan en donde mejor les parece.

El elenco es muy variado e inestable, pero, aun así, hay participantes más o menos fieles, y dentro de estos sobresale la actuación de Tranquilino Gastelum mejor conocido como «King de Sinaloa», artista que interpreta música de corte vernáculo. Era inconfundible por la falta de su brazo derecho, camisola a cuadros, pantalones de mezclilla, botas vaqueras y sombrero campirano. Entre su repertorio se disfrutaba de melodías como: Eres alta y delgadita, La conchita, No quise molestarte, El columpio, y así.

Otro cantante es José González Moreno, distinguido en el medio artístico como «José Israel el Negrito de la Cumbia», uno de los artistas con más presencia, que deleita a la concurrencia utilizando su voz y pistas grabadas en discos compactos. Es muy versátil y ameno.  Su repertorio es variado y amplio en melodías relacionadas con géneros musicales como cumbias, rock and roll, música regional y baladas.

Se recuerda a Aracely, una joven mujer que, postrada en una silla de ruedas, amenizaba el ambiente con movidas cumbias, aunque su especialidad son las canciones que hizo famosas «Chayito»   Valdez la «Alondra de Orba», a ella le gusta presentarse ataviada con pulcritud portando un vestido de colores fuertes, con el pelo recogido en una coleta y su cara bien maquillada. Importante fue la participación de la versátil cantante Ginna Belmonte anunciada como la voz que acaricia el alma, cuando se presentaba, sin dificultad ponía a bailar al amable público a ritmo de una balada, ranchera, cumbia, norteña, bolero, salsa, entre otros géneros musicales.

Como espontaneo, aún se recuerda a «El Paletero del Amor», conocido así por ser vendedor ambulante de las famosas Paletas del Pueblo, era su costumbre resguardar su carrito refrigerado para luego subirse al entarimado e interpretar melodías de Juan Gabriel, el «Divo de Juárez». Era curioso verlo como vigilaba con la vista su carrito mientras cantaba. Ponía un ojo al gato y otro al garabato, por aquello que le volaran el producto y el equipo.

Los bailadores y mirones, en lo general son personas de la tercera edad, pero no faltan jóvenes que se cuelan para disfrutar de la música y mover el cuerpo a como Dios les dio a entender, dentro de los aventados, siempre hay quien sobresale de los demás, ya sea por sus habilidades dancísticas, su vestir, figura y arreglo personal, por ejemplo, me tocó ver bailando un hombre de unos setenta años, conocido como «El profe» que se distinguía  por andar muy bien vestido, de pantalón oscuro, camisa blanca, encorbatado y portando calzado bien lustrado, parecía predicador, vendedor de biblias o de la revista religiosa La Atalaya. Otra característica era que, pese a los cambios de ritmo, bailaba lento, siempre inmutable y abrazado a su pareja, dando la impresión que cuidaba que no se le arrugara la ropa.

Era habitual asistente un sujeto delgado y sesentero que gustaba disfrutar a lo máximo sacarle lustre al pavimento de la pista con sus pasos dancísticos. Otras de sus particularidades era el ser poco sociable, su gusto por bailar en soledad y la manera estrambótica en el vestir, pareciera salido de un cabaret de las películas de ficheras, ahí se le veía ocultando parte de su rostro con un antifaz o gafas tipo carnavalesco, completaba su indumentaria portando pantalón y camisa de colores fuertes que no combinaban entre sí, como que los escogía al azar, otro detalle era una estola de plumas multicolores que pendía de su cuello.

Por ahí andaba una pareja de adultos muy mayores, que no dejaba de moverse al son que les tocaran, él un caballero de unos noventa años de edad, y ella, una dama de ochenta primaveras. Cuando asistían se vestían a la manera de los veracruzanos, el galán gustaba lucir con garbo y elegancia su blanca guayabera, pantalón y zapatos del mismo color, completaba el ajuar con un bien cuidado sombrero jarocho, mientras que su compañera, se paseaba con un amplio vestido blanco con llamativos estampados colocados de manera estratégica y para rematar traía aderezado su peinado con una roja flor.

Otra pareja la formaban dos jóvenes, ella apenas rebasaba los cuarenta años de edad, él más o menos de su camada, llamaban la atención por sostener una lucha mientras disfrutaban del baile, no se ponían de acuerdo, se percibía que en la medida que su compañero trataba de juntar sus cuerpos, ella buscaba la forma de mantenerse alejada, se daba a desear como dicen en el rancho, pero eso sí, sin soltarse de los brazos que la aprisionaban. Era notorio que a la moza le preocupaba mantener una actitud de diva, pues mientras lanzaba sus mejores pasos no perdía oportunidad de presumir su buen porte y lo frondoso de su figura, misma que resaltaba al calzar un pantalón azul muy entallado, combinado con una blanca blusa vaporosa, misma que cubría con una red amarilla.

En el mismo evento andaba una mujer sesentera que se creía tigresa, portaba un vestido muy pegado a su cuerpo, a manera de guante, confeccionado con tela de color negro, que combinaba, por atrás y delante, con otro lienzo que simulaba ser la piel de un tigre; su actitud era de desplazarse bailando por la pequeña pista, como presumiendo que, pese a su edad, todavía tenía buena carrocería, ella se preocupaba más por mostrar el cuerpo que por los pasos de baile, mucho menos por su compañero.

Unos jóvenes bailaron muy sabroso, ella una treintañera, con algunos kilogramos de más en su cuerpo, pero que en ningún momento le estorbaron al desplazarse por la improvisada pista, incluso sobresalía por ser la más entusiasta y diestra para los menesteres dancísticos, su compañero, muy delgado, y de su misma edad, no se quedaba atrás. Eran la sensación del momento.

Por lo general andan mujeres bailando sin pareja, parecen que circulan en otro mundo, no les importa no tener con quien bailar, hombre o mujer, como tampoco pueden faltar los grupos de mujeres solas, que, ante la falta de un bailador, se alinean formando una rueda y dan rienda suelta a su alegría y gusto por el baile.

Al agudizarse en nuestra ciudad, 2020, la pandemia de coronavirus, los integrantes del Club del Abuelo Siempre Joven dejaron de reunirse, los tiempos así lo ameritaba, la salud era primero. En cuanto recibieron la vacuna contra el virus y disminuyeron los casos de contagio, los bailadores volvieron a las andadas, algunos ya no regresaron, el virus se los llevó, pero pronto se incorporaron más bailadores y mirones, pero eso sí, cuando retornaron los organizadores se encargaron de vigilar que todo mundo trajera tapaboca y que nada de andar bailando arrepegaditos. Más austera y con renovados bríos la fiesta continúa en esta parte de la plaza.